¿Me gusta el fútbol?
{mosimage}Sábado 9 de junio, Barça-Espanyol en el Camp Nou. El título de Liga en juego. Más emoción imposible. Un menú de carambola, con resultados a tres bandas, con los cuales se pueden dar todo tipo de combinaciones. La atención puesta en Mallorca, Zaragoza… y Barcelona. Y allí que me voy con mi hijo de 3 años al fútbol. Al Camp Nou, con un lleno espectacular y un ambiente extraordinario. Mi niño entra en el estadio con la vestimenta “reglamentaria”, esto es, camiseta, pantalón, medias del Barça y una bandera recién estrenada en la puerta del campo. El resto lo lleva el titular de la entrada, o sea un servidor: la mochila correspondiente con los bocadillos, las bebidas, ropa de abrigo por si acaso, el móvil, la cartera, las llaves, etc.
Todo a punto para que comience la gran fiesta. Bueno hay algo que falla en las previsiones de mi hijo; buscamos a Ronaldinho sobre el césped y el hombre de la sonrisa fácil –que no atractiva- no está. “A veces todos hacemos cosas malas, y por ese merecemos un castigo”, le explico a Joel. Tras unos segundos de cierto desencanto creo que ha entendido que Ronaldinho es humano y que puede cometer errores. Pero bueno vamos al meollo de la cuestión. Echa la pelota a rodar y caen, por este orden, una bolsa de gusanitos, un chupa-chups, un par de chicles, un bocadillo de tortilla francesa, un zumo de melocotón y media botella de agua. Entre bocado y bocado, y sin soltar la bandera en ningún momento, creo que Joel se percata de que aquello poco tiene que ver con el fútbol que él imagina cuando lo vemos delante del televisor.
En solo un cuarto de hora de juego se han prodigado los abucheos e insultos hacia los jugadores del Espanyol y el árbitro. Al primer grito de “¡Árbitro cabrón!” de un adolescente sentado a nuestras espaldas, Joel sonríe y me da el chivatazo susurrándome al oído: “Papa ha dicho cabrón…”. Y yo, con evasivas, le respondo: “¡No, no! Has entendido mal… Mira, mira que marca Eto’o…”; y con eso parece que desvío su atención. En esas que llega el primer gol de Tamudo, tanto del Espanyol –un equipo que a mi hijo por cierto le cae muy bien. Y no sé cómo explicarle el porqué de tanto insulto a grito pelado contra un chico que lo único que ha hecho ha sido marcar un bello gol. Para mi hijo todavía todos los goles son bonitos. No sé cuánto le va a durar el encanto y la ingenuidad.
Enseguida llega el tanto de Messi, claramente conseguido con la ayuda de la mano. ¿Qué hago, le cuento a mi hijo la verdad; o aplaudimos y gritamos eufóricamente como el resto de la grada? Mejor no entro en detalles, aunque a mi lado descubro con sorpresa como hay otros padres de familia que entonan el grito desenfrenado de: “¡Maradona, Maradona!. Luego cae el 2-1, y el Madrid va perdiendo en Zaragoza. Y los dos jóvenes treintañeros que tenemos delante, a nuestros pies, se regodean: “¡Qué sollozos en Madrid, que se jodan!”. “¡Suicidios colectivos, tío, se suicidarán en masa!”. “¡Que se jodan, otro año en blanco!”. A los diez minutos marca el Madrid por la radio y el Espanyol sobre el césped. Los dos treintañeros de “Friends” empujan a sus respectivas mujeres hacia fuera y se van con viento fresco. No quieren ver ni cómo acaba el partido.
Al final, tras 90 minutos de intensidad futbolística y emocional, creo que mi hijo sabe que lo que aquel primer chaval adolescente había dicho en los minutos 15, 30, 43, 67, 74, 83 y 87 de partido era efectivamente “¡CABRÓN!”, con todas sus letritas y sin paños calientes. Por mucho que su padre le negara la mayor… Me queda una duda: ¿Me gusta tanto el fútbol como para introducir a mi hijo en un ambiente así, tan alejado de los valores del deporte tal y como yo lo entiendo?.