4 razones para no odiar el cine español

4 razones para no odiar el cine español

Desde hace un tiempo, y muchas en veces en contra de opiniones generalizadas, tengo la impresión de que buena parte de la oferta interesante (que me interese, quiero decir) de nuestra pantallas está formada por películas españolas y no precisamente las que suelen atraer un número respetable de espectadores (siempre hay excepciones, claro).

De entrada, las grandes producciones, que llegan siempre del mismo sitio, no me caen simpáticas y encuentro un cierto placer personal en ir un poco a contracorriente y no participar de experiencias macro-colectivas que se venden como indispensables y son, mayoritariamente, innecesarias. No es que sea gran cosa, pero negarle seis euros a determinadas producciones me parece un acto enriquecedor y hasta ecológico.

Me atrae mucho más la posibilidad de descubrir una nueva mirada, una nueva forma de narrar o de construir una realidad, que la historia que se ve venir y que necesariamente basa su atractivo en el envoltorio; no hay cosa que más me moleste que pagar por una película de la cual sales con la sensación de haberla visto antes. Y como en el cine no te devuelven el dinero, ni hacen rebaja por falta de calidad del producto…

Por eso y por alguna que otra razón que ahora no viene a cuento, me estoy volviendo (definitivamente) un asiduo del cine nacional, mejor dicho, del hablado en castellano; y aunque no todo me atrae (hay también productos que se deslizan a espacios realmente poco interesantes) sí que es este el tipo de filmes que ocupan la mayor parte del tiempo que dedico a esto de ir a las salas. Y la verdad, no me va mal, pienso que la relación calidad/precio se mantiene en un nivel más que aceptable, especialmente en determinadas épocas del año. También es verdad que esto de ir un poco por la senda de las minorías (no por voluntad, sino por pura circunstancialidad) te provoca, de vez en cuando, algún amago de crisis en la que parecen tambalearse tus criterios de calidad y la solidez de de tus convicciones empiezan a hacer aguas al saberse enfrentadas a tan enorme número de opiniones diferentes a las tuyas; un poco como me pasa con el fútbol, del que no logro disfrutar y que debe tener algo muy potente para enganchar a tantos y tan dispares. Para momentos tan profundos y trascendentales en los que se impone sentido común, coraje personal y mucho aplomo, se me ocurren algunas ideas, justificaciones y/o repulsivos que contribuyan al equilibrio personal y que paso a exponer:

{mosimage}La primera se titula “Bajo las estrellas”, que se puede ver en versión original y sin subtítulos incluso en alguna gran superficie, lo que en cierto modo me reconcilia con el gran público. Es esta una película de un joven navarro llamado Félix Viscarret que, de la mano de Fernando Trueba, nos ofrece una historia de desarraigo, fracaso y amistad de una sensibilidad muy especial. Parte el film de lugares comunes como el músico que no ha conseguido nada pero alardea de su éxito, la vuelta a la tierra natal, la madre soltera de vida diferente, la niña que rompe los esquemas típicos de la infancia, o el hermano que quedó en el pueblo y con el que se reencuentra; pero no cae en ningún momento en los tópicos y los clichés a los que los personajes convidan y, sin caer tampoco en la necesidad de la trasgresión, construye figuras y situaciones que se viven como nuevas y auténticas, vivas e interesantes. Contribuye a ello el buen hacer de los actores (todos) que se crecen en su papel sin de dejar de ser  quien representan, y una planificación serena, meditada y segura, más cercana al cineasta experimentado que al joven principiante.

Resulta “Bajo las estrellas” una de las historias de amistad y de compromiso más estimulante de los últimos años, al menos para quien esto suscribe. Tratamientos como el que Viscarret otorga a la escena de la paliza por parte de un grupo de abertzales, la profunda bondad del hermano, el requisamiento del tractor, el uso narrativo y afectivo del accidente, la visión que se nos ofrece del hogar de la niña o, sobre todo, la relación que se establece entre esta y el protagonista demuestran que estamos ante una obra excelente y un cineasta al que valdrá la pena seguir la pista.

{mosimage}La segunda es una de esas rarezas difíciles de recomendar por aquello de que el cine es cuestión de gustos y en obras que se salen de la normalidad no siempre encuentra el espectador  el estímulo necesario para enganchar con la obra, por muy abierto que aquel pueda estar a nuevas ofertas. Me refiero a “La soledad” de Jaime Rosales, película que confirma un estilo muy personal  que ya quedó manifiesto en la sorprendente “Las horas del día”. Rosales tiene una forma de hacer cine, de ver el mundo, minimalista, silenciosa, pausada y profunda; parece importarle más los silencios que las palabras, los espacios que las acciones, lo que se esconde que lo que se ve… y fiel a este espíritu, “La soledad” nos habla del dolor, de la nada, de la muerte, de la tragedia diaria, de la difícil relación entre las personas que se quieren; y lo hace sin alzar la voz, sin destacar, partiendo la pantalla en dos planos generalmente vacíos e intentando que la vida se cuele a través de la cotidianidad de los momentos más sencillos del día. Uno, como espectador, corre el peligro de salir de este cine con un sopor y un aburrimiento terribles, pero si te dejas llevar por su discurso de sensaciones y entras en la película, notas que has participado de la realidad y las vivencias que el director propone y que has sentido como propia la soledad y tristeza que impregnan algunos fotogramas.

{mosimage}La tercera es, como la de Viscarret, una ópera prima. Se titula “Ladrones” y supongo que todos sabréis que sus protagonistas (Juan José Ballesta y María Valverde), además de tener una química estupenda, son dos de los valores más seguros de nuestro cine. “Ladrones” es eso, una película de ladrones que arranca del mismo punto que otras que hemos visto antes: el ladrón hábil, buena persona pero obligado por las circunstancias, capaz de hacer notables sacrificios por aquello en lo que cree o a lo que ama, la chica fascinada por el ser que se manifiesta diferente, los malos amenazantes, un móvil suficiente para jugársela…Hasta aquí sería un clásico de género si no fuera porque a todo ello se le añaden elementos nuevos y personales (de estilo visual, de desarrollo, de tono…) con tanta fuerza e inteligencia que lo convierten en un producto diferente, actual y en cierto modo fascinante. Los diálogos son escasos y deliberadamente cortos pero de una contundencia arrolladora, digamos que no sobra una coma, que no hay una palabra fuera de lugar y que tampoco falta nada; los personajes, curiosamente, no tienen nombre (ni en los créditos) y la verdad es que tampoco lo necesitan: imagino que porque lo esencial de cada uno viene marcado por cómo se posiciona frente a los otros, por su mirada y por sus silencios; lejos de explotar las habilidades manuales del ladrón, o la fascinación que como maestro podría ejercer sobre la chica, o la confrontación con los otros delincuentes (tanto los mafiosos adultos como los jóvenes de la calle) y con la policía, la película se decanta por explorar los sentimientos de sus criaturas, acercándose a ellas en lugar de priorizar sus acciones y sin sacarlas de un contexto hostil que terminará imponiéndose; es significativo, en este sentido, el uso de las ralentizaciones que potencian al personaje y no lo que ocurre y el uso del color y las texturas especialmente en las escenas que abren y cierran el film formando un círculo cerrado en el que parece estar irremediablemente atrapados.

{mosimage}La cuarta no es una producción española pero sí su director. “28 semanas después” es la experiencia inglesa de Juan Carlos Fresnadillo (que dirigió “Esposados”, corto que anduvo por los Óscars e “Intacto”, un thriller que fascinó a Boyle y a partir del cual lo reclamaron). Ha hecho Fresnadillo una curiosa actualización del cine de zombies a base de combinar elementos clásicos (especialmente de planteamiento general, esos grupos de infectados avanzando hacia sus víctimas…) con un montaje por momentos vertiginoso en la escenas más terroríficas, un uso del sonido muy del gusto actual, unos personajes que van dibujándose en las escenas más calmadas y unos cuantos apuntes que pueden entenderse como referencias a situaciones actuales (el uso de la fuerza y su legitimidad, el derecho a disponer de los derechos de unos pocos en beneficio de la mayoría, la necesidad de establecer estados de control…). A mí, personalmente me sobran algunas de las concesiones que el film hace a lo que ahora se vende en cine (soldados sacrificados, un estado potente velador del orden internacional…) y reconozco que no sea aficionado de estos géneros, pero he de reconocer que la película me enganchó y que (por un motivo o por otro) me tuvo pendiente de sus imágenes los 99 minutos que dura. Creo sinceramente que Fresnadillo ha hecho todo un acto de coraje y valentía levantando en tierra ajena un proyecto como este.

Y por último, si todavía sigo dudando, sólo me queda esperar  “Caótica Ana”, la última de julio Médem que, por supuesto, no me pienso perder.