Desde el otro lado…
{mosimage}Me obligo a conectar al menos una de mis neuronas, me aferro a ella para pedirle que no me deje en la estacada. Hace ya algunas semanas que la realidad me permite tomarme un largo respiro vacacional y la inspiración anda por los suelos. Creo que ya estoy comenzando a percibir los efectos de esa conexión sensorial… Ahora empiezo a recordar que en estas líneas quería plasmar los aromas musicales de un joven llamado Litus, que me hizo volar con su guitarra en los jardines del castillo allá por el mes de julio. No pierdan de vista ese nombre: Litus, y su quinteto musical que hicieron las delicias del público de Castelldefels en el reciente Festival de Jazz.
En ese mismo escenario trece rosas dibujaron un escenario de terror y ternura al mismo tiempo unos días antes. En el marco del Festival de Danza, una noche pude entrar en una de las celdas de castigo que en el año 1939 se llevaron para siempre a trece mujeres cuyo único delito había sido el tener un corazón que latía en rojo libertad. En un Madrid en plena guerra la pared de un cementerio fue la última morada de esas mujeres valientes. Parte de esa sangre derramada la pude ver aquella noche de julio en los jardines de nuestro castillo.
Noches que no terminaban nunca al abrigo del manto de estrellas que se divisa desde la puertecita de entrada al macizo del Garraf, tertulias de risas y copas en buena compañía, con la mente y el corazón puestos en un proyecto que vida que no ha hecho más que empezar a andar… La vida y la muerte en el recuerdo de un verano que para muchas cosas ha sido el primer verano de mi nueva existencia. Escribo estos pensamientos que emanan a borbotones de mi interior a la verita de un mar Atlántico que me vio llorar hace nueve meses. Ahora las lágrimas se han enquistado en el corazón, pero el recuerdo de la amiga que se fue sigue instalado en nuestras vidas. Aquí recuperamos su perfume, su sonrisa, sus manos gesticulando, su cabello moreno al viento, sus ojos negros mirando al horizonte…
No hemos venido a despedirla sino a verla. A ver cómo se levanta cada día y cómo encauza sus pasos a la sombra de los que no la olvidamos. Ni un solo instante lejos de nosotros, sintiendo sus manos, escuchando su risa, viéndola sentada junto a nosotros en la mesa, dándonos calor desde el interior de las gélidas aguas del Atlántico onubense. Nunca tan cerca estando tan lejos ya para siempre.