Cine Medem: Caótica Ana
{mosimage}Pongámonos pelín melancólicos y hagamos un poco de historia, espero que les interese: septiembre de 1993, unos meses antes de que el Cine-Forum de Castelldefels dejase de funcionar. En el curso anterior habíamos contactado con Julio Medem para proyectar “Vacas” y que él asistiera a la sesión; cuando todo estaba preparado, una tormenta mal intencionada (que según parece nada tenía que ver con la kale-borroka) impidió el despegue del avión que traía al director desde San Sebastián y el pase se realizó sin él. Como nos prometió que en cuanto fuera posible se pasaría por nuestra ciudad, el estreno de “La ardilla roja” supuso una oportunidad ideal y un jueves a la noche, ante un público que podría haber sido más numeroso pero no más extraordinario, disfrutamos de una obra prometedora y de un autor fantástico en todos los sentidos.
{mosimage}Los que tuvimos el placer de asistir al encuentro lo recordamos como una persona extremadamente sensible, con aspecto de no levantar nunca la voz, tímido sobremanera y embaucador en su discurso. Él se llevó de nosotros la impresión de un público respetuoso, con una notable cultura cinematográfica y una excelente disposición ante el cine. Antes de marchar nos confesó que había acudido a nuestra llamada con cierto recelo, ya que algunos sectores de la crítica y de la prensa lo habían tratado con mucha dureza y bastante desprecio; me parece que en este sentido nosotros marcamos el contrapunto y supimos comunicarle lo que nos agradaba su obra.
Personalmente también recuerdo que hacía poco que había nacido su hija Alicia, una niña con síndrome de Down, cosa que le preocupaba bastante en aquellos momentos y en cuanto tenía oportunidad sacaba el tema e indagaba en las personas que de una manera u otra tenían experiencia en ese terreno. Alicia es ahora una de las mujeres claves en la vida de Medem, no hay más que ver el nombre de su productora “Alicia produce”, las dedicatorias de algunas de sus películas, el documental “¿Qué tienes debajo el sombrero?” o el corto “Clecla” que realizó para el Festival de Cine Comprimido. También costó un poco que acudiera a la radio a charlar un rato sobre su cine, pero un güisqui y la promesa de que encontraría un ambiente familiar y agradable pudo más que su enorme timidez y nos dedicó una hora de ideas, ilusiones y pequeñas lecciones de cine y de vida.
Posteriormente, hemos sido unos cuantos de los asistentes a aquella sesión los que hemos seguido su carrera como cineasta convencidos de que es un creador clave en nuestra reducida industria cinematográfica.
Tras “La ardilla roja”, Medem realizó “Tierra” una película que yo encontré particularmente mágica y que reflejaba como ninguna un universo personal y extraordinario; recuerdo con fascinación ese sabor a tierra que daba al vino un paladar característico y que impregnaba toda la película, ese transitar entre hombres y ángeles, esas mujeres fascinantes y algunos cuadros con una fuerza inusual. “Los amantes del círculo polar” me pareció más fría y distante y aquel extraño romance nunca llegué a entenderlo del todo. Luego vendría “Lucia y el sexo”, transgresora y potente, recuperando la calidez del Mediterráneo, la fuerza de la piel desnuda y los sentimientos aflorando a borbotones. A partir de aquí, punto y aparte, cambio total de registro y explosión social con un documental como “La pelota vasca”, obra que se convertiría en arma arrojadiza para todos aquellos que la aprovecharon para caldear el ambiente y hacer determinada política; a mí me pareció una obra refinada, que intentaba dar una visión global desde la mirada de un hombre nacido y criado en Euskadi, muy didáctica e ilustrativa del conflicto, honesta e inteligente; no debieron de pensar lo mismo los que convirtieron su exhibición en un verdadero calvario del autor. Poco después, y sin tanto revuelo, produjo un par de documentales y luego aterriza con su séptimo film, el que ha motivado estas líneas.
{mosimage}Si he de ser sincero, me cuesta hablar sobre la película porque es una obra que me gusta, que encuentro fascinante en muchos aspectos pero a la que veo algunos “defectos” que le impiden ser la obra que podría haber sido. Supongo que los espectadores hacemos un poco como las empresas: en cada ejercicio exigimos superar el anterior independientemente de si la producción de aquel año fue inmejorable o no. Para mi gusto “Caótica Ana” se pierde en una poética que antes parecía surgir del alma y ahora surge del papel donde fue escrita; da la impresión que la película sea de Medem sólo a medias y uno tiene la sensación de que aquella mirada sincera y profunda que provocaba sensaciones viscerales es ahora planteamiento racional y teórico que no supera cierta epidermis. De todos modos, no sé si se le puede reprochar la osadía de experimentar nuevos terrenos cuando fue precisamente ese espíritu de renovación lo que más agradecimos anteriormente.
Me encanta de “Caótica Ana” el conjunto de piezas que se van ofreciendo aisladamente a lo largo del metraje: Manuela Vellés está impagable, especialmente cuando se ofrece como un personaje luminoso, vital y positivo (impresionante la capacidad de esta mujer para sonreír); el personaje de Said resulta hermosamente enigmático, especialmente al principio; las escenas luminosas de Ibiza, el baño de Ana y la cueva… la relación de Ana con su padre y cómo este personaje se crea a través de sus cartas, la valentía del personaje de Bebe e, incluso, inicialmente, su teoría sobre el hombre violador… me encanta también ese gusto innato por el cuadro bien cuidado, el detalle preciso, el hallazgo de las animaciones de las pinturas, el montaje, el uso de la música…
Pero, finalmente, me da la impresión de que le falta esa fuerza que definitivamente debía hipnotizar al espectador y, sobre todo, que no terminamos de sentir el caos de su personaje. Creo que la principal razón está en que Ana se supone que es todas las mujeres que recupera en su proceso de hipnosis, pero no lo vivimos como tal, más bien me parece una especie de médium que te pone en contacto que las personas que forjaron la historia pero sin participar directamente en lo que ahora es, más como algo que te han colocado dentro cuando debiera ser aquello de donde surgiste. La película no termina de formar el global coherente y contundente que debiera y, tras una primera parte excelente, el film no se consolida sino que, intentando alzar el vuelo hacia infiernos lejanos y anteriores, se queda un poco en tierra de nadie y nos deja un tanto indiferentes cuando debería golpearnos con fuerza (me resulta un tanto simplista y hasta fuera de tono, por ejemplo, la escena en que Ana se rebela contra el político en Nueva York). Debe ser que el trabajo en el terreno del documental de estos años y los golpes que ha recibido por alguno de ellos le han llevado a querer hacer una película con los pies en el suelo, cuando lo que ofrece inicialmente, y lo que esperábamos, es todo lo contrario.
Me quedo pues con esos fragmentos de poesía pura que todavía invaden su cine y quizás me pase de nuevo por taquilla y mire de verla como quien ve la obra de un desconocido.