El cine peligroso, si bueno, dos veces peligroso

El cine peligroso, si bueno, dos veces peligroso

{mosimage}A veces, acudir a una sala a ver una u otra película no es cuestión de gustos, ni de preferencias ni de consejos, a veces es simplemente una cuestión de circunstancias.
Lo digo porque no tenía la intención de ver “La extraña  que hay en ti”, última película que nos ofrece Neil Jordan (esta vez de la mano de Jodie Foster) sino “Mataharis”, la última de Iciar Bollaín que, personalmente y a priori, consideraba más interesante y mucho más cercana.

Resulta que, al llegar al cine, la película de la Bollaín se había suspendido porque la sala estaba en obras; primera duda: ¿No hubiera sido mejor eliminar cualquiera de las mediocres (o directamente terribles) cintas made in usa que poblaban buena parte de las otras salas y que llevaban semanas en cartel? Pues no, le ha de tocar a la española (que del despectivo “españolada” no tiene nada) que además está recién estrenada;  deber ser que las mentes pensantes de la distribución ya le han vaticinado un futuro de escasos espectadores y, total, para los que van a venir…
{mosimage}Tras una ojeada a la lista de películas en proyección decidimos entrar a ver “Líbero” de Kim Rossi Stuart, italiana, minoritaria (a juzgar por el tamaño de la sala) y que tampoco estaba en la agenda, pero… Segunda duda: ¿Los premios de Cannes, Copenhague y el David de Donatello (los goyas italianos) son garantía de una buena película? La verdad es que la opción no nos defraudó: “Líbero” es una película honesta, de las que creen en lo que cuentan y que, sin grandes aspavientos, nos habla de una familia disfuncional pero realista en la que la madre entra y sale sin ejercer de madre, el padre no lo hace demasiado bien que digamos, la hermana (adolescente) está, llora y cabrea, y el crío (verdadero protagonista de la historia) intenta entender desde su silencio y encajar lo mejor posible incluso aquello que no le agrada de una familia que para nada responde a sus expectativas. A excepción de un par de detalles (la discusión del padre con el director de la película es infantiloide y tonta, por ejemplo), la película se muestra madura y serena en una atmósfera de tragedia contenida y tristeza silenciosa (por eso, los gritos del padre resultan otro error) y omnipresente. No me extraña que a Tarantino le apetezca poco ver cine italiano porque “solamente hay niños tristes”. A mí me pareció una tristeza muy sugerente y un producto estimable.

{mosimage}Al salir de la sala en cuestión (por seguir con el tema de las circunstancias), el cartel de horarios prometía “Mataharis” en una sesión 40 minutos más tarde, o sea, comer alguna cosa y volver al cine, aunque no soy muy partidario de ello ya que las películas son como el vino: hay que dejarlas reposar y es mejor no mezclarlas. Pero diez minutos antes de la función el cartel volvía a anunciar la suspensión de la película… Tercera duda: ¿Lo hicieron por una cuestión personal, el conflicto era con la señora Bollaín, la responsabilidad recaía exclusivamente sobre los operarios que no cumplen los plazos acordados, o todo es un problema de subcontratas? Ante tan notables disquisiciones y por aprovechar el viaje y la espera optamos por “La extraña que hay en ti” que, al menos, viene de la mano del estimulante Neil Jordan y con el rostro de la Jodie Foster que también nos ofrece de vez en cuando productos de interés.

{mosimage}“La extraña…” arranca con una situación tópica de pareja feliz (él, médico y ella, reputada locutora de radio) que aporta un tono de mestizaje poco común en el cine yanqui. Una agresión brutal sume a la protagonista en un mundo de miedos e inseguridades que la llevan al mercado negro para adquirir una pistola con la que ser capaz de salir a la calle. Un par de situaciones bien ideadas y mejor construidas crearán un personaje inmerso en una violencia desconocida y propiciará la entrada en escena del poli bueno, desencantado pero íntegro, escéptico pero riguroso cumplidor de la ley y la película parece, en estos momentos, decantarse por la reflexión social con el 11-S como origen y trasfondo de la situación.

Hasta aquí todo bien, una película prácticamente sin desperdicio, funcionando con exactitud, aportando las dosis justas de información, ofreciendo un ritmo impecable y perfilando temas como el  miedo, la venganza, la justicia, la ley del talión, la violencia, su origen.. Pero, a partir del momento en que la protagonista ejecuta su primer asesinato totalmente voluntario (los primeros son más bien circunstanciales), ese mecanismo de relojería y buen cine se pone al servicio de un mensaje peligroso, muy peligroso y en el último tercio se decanta claramente hacia la defensa del derecho a tomarse la justicia por su mano, la necesidad de matar al malo y hacerlo impunemente y se convierte en un panfleto reaccionario en un envoltorio que lo lleva mucho más allá del puro entretenimiento. Porque… a ver: una cosa es que los Bronson, los Van Damme o los Stallone vayan cargándose malos a  cientos en películas que desde su principio se plantean como meros divertimentos plagadas de personajes más cercanos al cómic que a la realidad; y otra cosa bien diferente es que una película de tono marcadamente realista, con apariencia de film comprometido, hábil en sus formas, inteligente en su planteamiento y en su discurso, acabe ensalzando la ejecución de una persona  (sea culpable de lo que sea) por encima de juicios, valores y reglas establecidas. Estarán de acuerdo conmigo que las pelis de mamporros difícilmente generarán moral y pensamiento, mientras que las del tipo como la que nos ocupa bien tienen la capacidad de generar criterio, opinión y valores (y no es que actualmente tengamos muchos elementos para contrarrestar tan nefasta influencia).
{mosimage}O sea, que si bien había disfrutado de las dos primeras partes de la película, la última me dejó descolocado y con una de las peores impresiones que recuerdo haber tenido en una sesión de cine. “La extraña…” es parte de ese cine peligroso que, siendo buen cine, se gana al espectador en todos los sentidos para después colocarle venderle situaciones, dilemas y resoluciones más propios de un sistema fascista que de una sociedad democrática, justa e igualitaria.

Mal vamos si entre hamburguesas, monólogos, risas enlatadas y productos de fast food en general los yanquis consiguen inocularnos también el miedo al vecino, la necesidad de armar y el derecho de matar a quien nos agrede. Creo que nunca le perdonaré al señor  Jordan que, habiendo sido capaz de hacer maravillas y pequeñas joyas como “Juego de lágrimas”, “Mona Lisa”, “En compañía de lobos”, “Entrevista con el vampiro” o “Desayuno en Plutón”, se haya decantado por una historia de este calibre y que, queriendo estar a la sombra de “Taxi driver”, se haya convertido en alumno de John Wayne en la peor de sus acepciones (y por gracia de la Sra. Foster, supongo).

Menos mal que unos días finalmente disfrutamos de la atípica película de detectives que es “Mataharis” y que, a renglón seguido, lo hicimos del delicado retrato de personajes que es “Siete mesas de billar francés” de Gracia Querejeta. Como ya viene siendo habitual, me vuelvo a quedar con el cine de casa, y eso que aún no he visto “El Orfanato”, pero ya les contaré, ya.