La Zona
{mosimage}Antes que nada, quisiera cumplir con la promesa del artículo anterior y escribir algunas líneas sobre la que es, sin duda, la película estrella de estas semanas: “El orfanato”. En primer lugar, debo decir que me encanta que un joven como J.A. Bayona, salido del ESCAC, cineasta de vocación, apasionado del medio desde crío y, en cierto modo, representante de esa notable cantera de profesionales que tenemos por aquí, haya sido capaz de sacar adelante un proyecto como este y que la jugada le haya salido tan bien. Sería fabuloso que otros desconocidos (pienso en Javier Ruiz y Alberto Blanco, cercanos a nuestra ciudad) tuvieran la misma suerte.
Hay que comentar también que Bayona se llevó consigo unos cuantos compañeros de escuela y que, por tanto, no deja de ser una obra de principiantes apoyados por unos cuantos veteranos, lo que tiene su mérito tanto para unos como para los otros.
Hablando de la película, tengo que decir que yo disfruté de su metraje, que me pareció un ejercicio de género excelente y que estoy de acuerdo con los que dicen que no aporta gran cosa nueva pero no que eso sea algo negativo, todo lo contrario: conocer el terreno que se pisa y ser coherente con lo que se pretende es un logro importante; y la película pretende ser justo lo que es: un entretenimiento en clave de terror, con todos sus tópicos y lugares comunes, pero todo bien ejecutado, engarzado delicada e inteligentemente, y llevado a buen puerto para poder ser disfrutada por todo aquel que no le pide más al producto. “El orfanato”, creo yo, tiene ese difícil equilibrio entre buen cine y cine para el gran público, un equilibrio casi de malabarista y escaso en nuestras cinematografías. Nada que ver, pues, con subproductos del otro lado del Atlántico que copan pantallas y potencian el espectador sumiso, sin criterio y adocenado. Vamos a ponerles buena nota a Bayona y su equipo y a desearle que siga haciendo el cine que le gusta para uso y disfrute de los que reclaman entretenimiento con envoltorio, textura y maneras de calidad.
{mosimage}Pero hoy quería hablar de “La zona”, también una ópera prima pero, en este caso, venida de México. La película nos cuenta la historia de un grupo de personas de clase acomodada que viven atrincherados en una zona residencial, separados por un muro interior del mundo exterior que sólo parece aportarles violencia e inseguridad. En principio, una situación comprensible, para algunos incluso deseable si se mira ese bosque de chabolas colindantes y, por descontado, legítima. Dentro de “la zona” reina una calma tensa y una ley privada sustentada por el amparo que un día un juez les otorgó a cambio de mantener una paz total y una conflictividad cero. Pero el aislamiento tiene su precio, y sus peligros, y estos vendrán de la mano de tres ladrones que se cuelan en el recinto, el asesinato de una de las vecinas, la muerte de dos de los delincuentes y la caza del hombre que se originará cuando el tercero quede atrapada en el interior del espacio restringido. Uno no puede menos que comparar este film con “La extraña que hay en ti”, película a la que ya dedicamos unos cuantos “elogios” en estas mismas líneas. Las dos plantean una situación inicial de agresión y una postura determinada por parte del/los agredido/s, pero nada las une en la forma de plantear el tema ni en el contenido de la propuesta: mientras Neil Jordan justificaba de manera intolerable el ojo por ojo, la justicia a manos del agredido y la reducción del villano a simple monigote agresor sobre que puede recaer cualquier odio y venganza y al que se liquida por derecho; Pla plantea el conflicto desde diferentes ángulos y la situación ya no es tan maniquea ni tan cómoda, ni siquiera clara: el delincuente tiene aquí rostro, nombre, culpa y destino, lo que nos lo acerca dolorosamente y hace que el hecho de la venganza (aunque sea en nombre de la propia seguridad) sea algo como mínimo moralmente dudoso y humanamente cuestionable. En “La zona” los vengadores, los que se toman la justicia por su mano, también tienen su parcela de aceptación y aunque finalmente seamos conscientes de los errores que comenten y queden como los malos de la función, hemos de reconocer que se entienden sus motivaciones y se comprenden sus decisiones, aunque se nos invite a no compartirlas y con la perspectiva del que ya conoce las consecuencias difícilmente aceptemos que cualquiera de nosotros seguramente también habría hecho lo mismo o similar.
Lo que en “La extraña…” suponía la resolución del conflicto (muerto el perro se acaba la rabia… matemos al perro) aquí se convierte en inicio de un nuevo conflicto que seguramente será peor que el primero. Otra notable diferencia: los personajes secundarios, esos que sustentan el entramado y lo enriquecen, son en “La extraña…” prácticamente inexistentes, como en buena parte de la cinematografía yanqui, empeñada en la teoría vital del uno, del único, del primero, del prota, del salvador… y olvidando el entramado social, el grupo y sus dinámicas; sin embargo, en la película de Rodrigo Pla cada personaje tiene su parcela de humanidad, de miseria y de grandeza. Así la madre, esperando a las puertas del residenciales el amor hacia los hijos, inquebrantable, aunque estos sean unos delincuentes y puro desecho humano; la novia, pequeña y frágil, víctima de un sistema demasiado corrupto para salir indemne; el vecino, homicida involuntario del guardia, el reflejo de la culpa y el remordimiento ante un hecho terrible que no permite ser corregido; la viuda, sirviente engañada por los amos, es el dolor que quedará patente y que puede tornarse odio; los amigos del joven, los perfectos aprendices de una doctrina que mira al otro como enemigo y que en base al derecho de protegerse se convierte en caldo de cultivo de sociedades intolerantes; el vecino que intenta imponer un poco de sensatez inicial y que acabará marginado y autoexiliado; el poli, bruto y extremo, al que no se le permitirá hacer algo bien en su vida… toda una constelación de personaje en un espacio único para hablarnos de como el miedo, la necesidad de protegernos y, sobre todo, el cultivo de la política basada en estos principios puede llevarnos a regímenes totalitarios donde nuestros derechos pisotean los más básicos de los otros y donde se impone la regla de “conmigo o contra mí” generando una sociedad sin matices en la que todo ha de ser blanco o negro, bueno o malo, amigo o enemigo.
Si fueron a ver “La extraña…” y como a mí les indignó su planteamiento, les invito a ver esta ópera prima mejicana para que comprueben que todavía no estamos totalmente colonizados por el pensamiento único, la cultura del miedo y otros peligros de la sociedad actual; y que todavía podemos vivir con dignidad sin necesidad de levantar un muro al final de nuestra propiedad, dormir con un arma bajo la almohada o tener un sistema policial privado que nos proteja a nosotros y a nuestros hijos, entre otras cosas, de la policía exterior.