Cine, televisión y pantallas

Cine, televisión y pantallas

{mosimage}Hace unos años, no muchos, el cine tenía un protagonismo absoluto cada domingo por la tarde y la televisión imponía rígidos criterios de horarios y canales. Era época de programa doble, de ir al cine sin saber la película que verías y de los dos únicos canales de televisión sin posibilidad de ver un programa fuera del horario establecido.

{mosimage}El cine era de otra manera, entre otras razones porque los espectadores (y la sociedad) éramos de otra manera; y la que realmente sí era diferente era la televisión que poco o nada tiene que ver con la de ahora.
Hace unos años se hablaba de medios de comunicación audiovisual y, aunque se referían únicamente a la tele y al cine, ya había quien advertía de sus peligros y de sus excesos. Ahora hablar de medios queda un poco obsoleto, poco práctico y resulta más realista hablar de pantallas. Internet, el DVD y, sobre todo, la telefonía móvil y sus avances de los últimos años han diluido el viejo monopolio de cine y televisión en una nebulosa de aparatos siempre de penúltima generación, conexiones cada vez más abstractas y redes tirando al infinito cada vez más difíciles de simplificar en un único concepto. Hemos pasado, pues, del espectador pasivo, ajustado a horario y a oferta limitada, al cliente de multipantallas activo, con capacidad de elección de horario y contenido prácticamente ilimitada.

{mosimage}Todos estos cambios ha condicionado notablemente el estilo y el contenido de la TV, más necesitada de estar al día (al segundo más bien) por ser un medio más rápido, volátil y caduco. Es normal, por tanto, ver formatos propios de Internet, interactuar a través de diferentes mecanismos (SMS y similares) canalizar informaciones provenientes de la red o dar cabida a productos de los propios espectadores (no sólo la imagen del vídeo aficionado) en el correr diario de nuestra omnipresente, doméstica, familiar y poderosa pequeña pantalla (que ya no es la pequeña).

El cine, sin embargo, no parece haber sido tan sensible a estos nuevos tiempos y la era digital parece afectar más a los procesos técnicos que a los de lenguaje. Ha habido grandes avances en el diseño 3D, en la animación por ordenador, en la creación de efectos digitales, en los mil y un tratamientos de la imagen, pero es como si el cine se haya empeñado en seguir siendo cine en el sentido más esencial de la palabra, en seguir manteniendo esa sustancia tan propia del celuloide de laboratorio químico, más cercano al aura analógica del blanco y negro que a la no corporeidad virtual de lo digital. ¿O no? Pues quizás no, y aunque la implantación generalizada de la exhibición digital parece no llegar todavía, sí que hay señales de que los nuevos tiempos hacen mella en el medio clásico; algunas ideas para ilustrarlo:
El señor Brian de Palma (hábil vendedor e interesante cineasta) nos ha traído una película titulada “Redacted” en la que juega a darle collejas a Bush y su panda por lo de Irak, contando directamente y sin tapujos los abusos del ejército sobre la población civil y a vendernos el producto (por si el contenido no era bastante) en todos los formatos que le ha sido posible; así, lo que vemos proviene de una cámara doméstica de vídeo, de Internet, de una cámara de vigilancia o de un operador profesional; toda una declaración de las múltiples posibilidades que la realidad (o lo que queda de ella) tiene de ser capturada y divulgada.

{mosimage}Y aunque la película está bien, resulta necesaria (especialmente para determinada parte de la población) y se puede ver con interés, uno echa de menos lo que se podría haber hecho desde ese planteamiento y la carga de profundidad que podría haber supuesto un film que habla directamente de una situación tan compleja y terrible como la de esta guerra, e indirectamente de la vertiginosa carrera evolutiva de los medios de  comunicación y de la industria de la imagen. Y es que cada tema por su parte le da a la película un valor que pocos films tienen, pero si de Palma hubiera conseguido entrelazarlos como se merecen, habría logrado una cinta realmente única y moderna. A mí es lo que me pasa con el cine de este señor: que siempre me sabe a poco, o me desconcierta o me deja con las ganas.

Por otro lado, los señores Balagueró y Plaza en su notable “[Rec]” no han jugado con las pantallas pero sí lo han hecho con la TV y concretamente con esa tele tan de ahora que hace unos años (los del programa doble) habría sido absolutamente inconcebible: la tele como reality-show constante, como supuesto reflejo de la realidad que te pone los pelos de punta (por lo que cuenta o por lo que genera), como medio que parece no tener límites y que aspira a grabarlo absolutamente todo, aunque sea de dudoso interés.

{mosimage}La tele de “Rec” es un cámara al que nunca vemos y una niñata recién salida de la universidad (o de un casting) que, seguramente, se cree que su trabajo es esencial para que el mundo siga girando; y aunque la cosa se desmadra un “poco demasiado”, al final he de reconocer que el dibujo de personajes (esquemático y pelín tópicos pero efectivo), algunas situaciones excelentes (la primera entrada al piso, la discusión sobre el abuelo enfermo…) y el vértigo de una narración firme hicieron una delicia su visionado y que la pareja que estaba a mi lado dejara prácticamente intacto el cubo de palomitas que compraron. Una pena que ese empeño por mover siempre la cámara alejara la primera parte de lo que realmente pretendía ser: un programa de TV de tarde pretendidamente periodístico y real. Aun así, resulta creíble y en cierto modo fascinante, ahí es nada.

Última. En el marco de esta revitalización del documental que hemos vivido esta temporada, y en concreto en el apartado de “ficción documentalizada” una peli de esas que podría haber sido un documental, con actores no profesionales, espacios naturales sin maquillar, situaciones reales, clara intención de denuncia… y que se titula “14 kilómetros”.

{mosimage}Ahora el producto es del señor Gerardo Olivares y es una cinta de buenas intenciones que pone de manifiesto (aunque creo que ya lo sabíamos) la dureza y la tragedia de un viaje de huida de la miseria desde el corazón de África hasta la imposible Europa donde se supone que hay dinero hasta debajo de las piedras. Intenta la película fascinarnos con la belleza y la aridez de los paisajes y emocionarnos con la tragedia de las personas pero sólo lo consigue a medias y, aunque no nos deja indiferentes, no acaba de llegarnos al alma y, finalmente, son sus buenas intenciones y el compromiso del espectador con el discurso lo que realmente levanta el producto por encima de la media de mercado. La parte inicial en el país de origen es algo simple (algo que se agrava con unos actores poco creíbles), la pérdida en el desierto demasiado tópica y el paso por Marruecos se resuelve demasiado a la ligera. Me quedan, sin embargo, retazos sueltos de esos que sobrepasan la retina y se quedan clavados en el cerebro: ese estadio nacional que es un pedregal con cuatro vallas de jardín, la chica acurrucada y silenciosa en el burdel, el camión hasta los topes de gente y cosas atravesando el desierto, el soldado de la aduana en medio de la nada, el tuareg con su teoría de que África se desangra si la gente se marcha…Y una sensación de cine hecho con el corazón y poco dinero que vale la pena ver y defender. No hay pantallas en “14 kilómetros”, pero sí una pelota y una camiseta de un equipo de fútbol que dicen mucho de hasta dónde y con qué potencia llegan los medios.