El árbol caído

El árbol caído

{mosimage}Verán, hace algún tiempo que me ronda una duda que no llega a ser existencial, pero que me tiene en ascuas porque no sé cómo despejarla. Mi hijo, de 4 años de edad, sigue idolatrando a Ronaldinho hasta extremos casi paranormales. Si ve una camiseta del Barça, ya sea en la tele o en la calle; si ve una melena rizada al viento en busca de una pelota… ante sus ojos siempre aparece el astro brasileño dibujando florituras con un balón pegado a sus pies. A Joel no le importa que ese balón de reglamento no lo vea nadie más que él, incluso a veces ha llegado a confundir esa melena con la de una persona de distinto género al de Ronie… A él eso le da igual. Si sus ojos quieren ver a la estrella hecha persona de carne y hueso, él acaba satisfaciendo a sus ojitos.

Desde que tiene capacidad para hablar y entender determinados fenómenos de masas, o sea desde hace algo más de un año, Joel es del Barça, pero sobre todo es seguidor de Ronaldinho. Los partidos no los gana el equipo, los gana el brasileño. Los goles no salen de las botas de Eto’o, Iniesta o Deco. Solo Ronie marca, porque solo él puede hacer lo que ningún otro futbolista: regatear, marcar, pasar, defender, correr…  A mí, con sinceridad, por el bien del fútbol mundial y por mantener viva la ilusión de mi niño, me gustaría que eso siguiera siendo así. Pero, curiosamente, desde que Joel se “enamoró” de Ronie, éste no ha hecho más que caer en picado y su mito parece ya más de cartón piedra que nunca.

En alguna ocasión he estado tentado de explicarle algo acerca de los mitos que se caen, quizá el cuento del ídolo con pies de barro, o alguna otra metáfora alusiva a una torre que no soporta el mal de altura y se va desmoronando poco a poco. Pero… ¡¡ZAS!! El otro día el viento me dio la solución. El dios Eolo se paseó por Castelldefels para alumbrarme el camino. Un árbol gigante, uno de esos pinos que adornan toda la montaña de la ciudad, pero que concretamente estaba situado en el interior del jardín de la casa de Ronie; ese árbol cayó derribado por la fuerza del viento. Ronaldinho tuvo que llamar de madrugada a los servicios de urgencia de la policía local y hasta una brigada de bomberos acudió en su auxilio. Al parecer el árbol derribó parte del muró de la casa y provocó algunos desperfectos en el jardín del brasileño. Al ver la foto de Ronie en la prensa, inmortalizado junto a los bomberos y al árbol caído, he entendido que esa era la señal que esperaba desde hacía algún tiempo.

Voy a guardar esa fotografía en mi casa y cuando mi hijo, un día de estos, comience a ver la realidad, es decir, cuando se vaya dando cuenta de que Ronaldinho ya no se entrena, que el futbolista que fue ya no maravilla, que ni su entrega ni su rendimiento deportivo están a la altura de su contrato millonario…, entonces le enseñaré la foto y le contaré “La historia del árbol caído”. La naturaleza derribó ese pino gigante aquella noche. Y con la misma fuerza bruta, la propia naturaleza humana está devolviendo al genio del fútbol a pisar la tierra que pisamos el resto de mortales. Ronie lleva un año dándose de bruces contra el frío suelo de un jardín, que es el Camp Nou; pero en esta ocasión no parece que ninguna brigada de bomberos pueda acudir en su ayuda. Bueno, igual en Milán…