De lo previsible y lo sorprendente

De lo previsible y lo sorprendente

{mosimage}Hace unos días un compañero nos hablaba con entusiasmo de “Ahora o nunca”, la película de Jack Nicholson y  Morgan Freeman en plan viajeros terminales derrochando la poca vida que les queda. Nos comentaba el dibujo de personajes, las situaciones, los viajes y, sobre todo, la influencia de uno sobre el otro a partir de la colisión de caracteres diferentes que se van acercando y terminan siendo complementarios. Yo le escuchaba y celebraba que hubiese acertado con la pantalla correcta aquella tarde, pero no podía evitar la sensación de que (a pesar de su entusiasmo) lo que él valoraba como positivo, yo lo habría utilizado en un comentario tirando a negativo y que lo que él había disfrutado, a mí me sonaba a canción sabida, a película que ya he visto, a esas que tienes bastante con el trailer. A diferencia de mi compañero, que parecía encontrar cierto placer en poder avanzarse a lo que el film promete y ofrece, a mí esta previsibilidad no me motiva y prefiero que la película me sorprenda, me descoloque, incluso que me duela. Quizás por eso él había ido a ver “Ahora o nunca” y yo me perdí en “4 meses, 3 semanas, 2 días”, dos estilos de cine absolutamente diferentes y, me temo, bastante incompatibles. El rumano Cristian Mungiu, director de este último, nos ofrece en su film la total antítesis del cine que bien podría venir representado por “Ahora o nunca”, empezando por las industrias que los han producido (la gran USA y la inexistente rumana) y acabando por las intenciones de cada una (negocio y compromiso en cada caso).

“4 meses…” es un film de diálogos secos, casi minimalistas, rodeados de silencios que resultan tan expresivos como las propias palabras; diálogos inmersos en conversaciones áridas, cortantes y densas; nada que ver con las verborreas supuestamente ingeniosas y las gesticulaciones teóricamente divertidas de lo que vienen a vendernos como comedia actual. Las situaciones de “4 meses….” (aunque resulta difícil hablar de acción en una película en la que más bien pasa poca cosa) se enmarcan en un país degradado, ruinoso, absolutamente decadente y, a pesar de la eterna soledad de sus calles, hay en ellas una constante amenaza de persecución, de control policial, de miedo absoluto a que lo ilegal (el hecho de existir y pensar ya parece serlo) te lleve a la celda, a la tortura o a algo peor. Nada que ver con las miradas complacientes de una comedia de turismo luminoso, nada de dramatismos baratos ni golpes de efecto para engatusar y conmover al espectador, nada de héroes salvadores o mementos redentores en los que los problemas se diluyen. En “4 meses…” la vida es dura como en la realidad, las cosas salen bien o no pero, sobre todo, domina ese paisaje que oprime y castiga, que apenas deja espacio para respirar. Sin embargo, es curioso que una obra tan seca, tan dura, tan terrible, se termine convirtiendo en un canto a la amistad, a la capacidad de las personas a echarnos una mano  a pesar de que ello nos lleve a actos verdaderamente dolorosos y la capacidad para sobrevivir a la tragedia, la contenida, la de cada día.

Y es esta la relación que se queda en el alma y no la del Nicholson y el Freeman, que no pasa del estampado de una camiseta (eso sí, mucho más vistoso y más apropiado para la playa). Por eso, me quedo con la profunda sinceridad de “4meses, 3 semanas, 2 días”, porque me conmueve, me remueve, me sorprende y me duele.