Cerebro y corazón divididos
{mosimage}El paso de la antorcha olímpica por diferentes ciudades y países del mundo ha despertado una justa ola de protestas en favor del Tibet y contra la dictadura china. Parece que las miles de personas manifestándose por las calles ha obligado a los gobernantes de China a iniciar un tímido acercamiento al maltratado pueblo tibetano.
Si atendiéramos a lo que nos pide el cuerpo, pediríamos que se secundara el boicot a los Juegos Olímpicos de este verano si ello sirviera para despertar a los que someten, pero, por otro lado, el corazón nos hace tener en cuenta a los miles de deportistas olímpicos que perderían su oportunidad para siempre. Tras ocho años, muchos de ellos no estarían en activo. Es posible que éste no sea un argumento ni justo ni con fuste, pero es el que la mayoría de países que acuden a los Juegos se ha planteado. Como cierto es, a su vez, que los gobiernos no se proponen violentar al gigante chino, ya que con ello peligraría la economía y el consumo de buena parte de ellos y ya se sabe que con el dinero no se juega, que tiene muy mal perder.
No es comparable, pero me repelen las imágenes de Hitler presidiendo las Olimpiadas de Berlín en pleno fervor nazi y los países acudiendo a aquella mascarada. No quisiera tener que ver las de China después de que pudiera quedar en agua de borrajas las conversaciones con el Tibet por haber pasado el magno evento. Entonces, la presión ciudadana habría perdido empuje y el prestigio chino no temería la sacudida de la opinión pública mundial.
El corazón y el cerebro están a favor de los deportistas y los tibetanos, en el asunto chino la razón encuentra verdaderos problemas para expresarse con claridad.