Cobardes
{mosimage}Si el espectador de la última película de Cruz y Corbacho se queda en su asiento a ver (y oír) los créditos finales, encontrará un tema musical de aproximadamente un minuto que dice: “Los niños en manada / vaya hijos de puta/los hombres del mañana / vaya hijos de puta / los que me sobrevivan / vaya hijos de puta”. Si el internauta le pide al señor Youtube que le muestre algo sobre “Los niños en manada”, podrá ver algunos vídeos de un grupo llamado “Love of lesbian” que seguro no le dejarán indiferente. Le recomiendo al lector de estas líneas que haga las dos cosas, vale la pena.
Tiene el tema musical del que os hablo una curiosa contradicción entre su letra (contundente y gamberra como se puede ver) y el tono de su música (melodiosa y suave como pudiera ser una canción de amor). Y algo así tiene también “Cobardes”, una película que nos habla de un problema bastante terrible, que no pretende minimizarlo ni banalizarlo, y para el que utiliza un tono suave, delicado a veces, que bien podría haber servido para el retrato amable de un barrio de infancia, por ejemplo. También en este sentido la película se decanta con insistencia por los espacios abiertos, coloca a sus personajes constantemente en patios, calles o parques y no parece tener mucho interés por aquellos que le hubiesen dado un tono mucho más claustrofóbico y oscuro. No sé si esto es una virtud o un defecto, pero a mí me parece más lo primero que lo segundo y encuentro que en esto se parece bastante a su anterior trabajo, “Tapas”, que también la vi como una película abierta, luminosa, de calle y de una sencillez encantadora.
Sin embargo, encuentro una notable diferencia entre estos dos trabajos: mientras “Tapas” dejaba que sus personajes fueran configurando poco a poco el universo que se nos quería mostrar, “Cobardes” pretende hablarnos de un problema, de una situación y para ello va generando esas pequeñas historias que le ayudan a montar la película; es por eso por lo que los personajes se quedan por debajo de las pretensiones y se nota demasiado el intento “social” del film. Así las cosas, la película carece de esas tramas secundarias tan necesarias para poner en marcha un buen engranaje narrativo y las que aparecen no siempre están del todo acertadas (la historia del pizzero, por ejemplo, arranca bien pero acaba como un pegote que no acabo de entender del todo). A “Cobardes” le falta definir los múltiples elementos que conforman la constelación donde se producen los hechos y, al revés de lo que ocurría en “Tapas”, la trama principal se queda desvalida, desnuda y sin un mínimo análisis: no aparecen en ella ni los medios de comunicación, ni los otros elementos de la calle, ni los profesores, ni… y si lo hacen están más como parte del decorado o como simple anécdota que como elementos clave de la situación. Lo mismo le pasa a las figuras de los padres, planteadas con simplismo, especialmente la de ellos: a través de ellos se intenta dibujar una situación paralela a la de los hijos y se acaba cayendo en un tópico bastante pobre; las madres, sin embargo, tienen más consistencia y resulta muy interesante ese papel de conocedora del problema que puede hacer más bien poco y se debate entre la protección del hijo y la necesidad de hacer bien las cosas.
Pero girar alrededor de la idea y no de los personajes también tiene sus ventajas y “Cobardes” se convierte en un alegato nítido y contundente sobre el actual “builling” escolar, plantea el problema con claridad meridiana, y nos ofrece un final inteligente y provocador que resulta perfecto para iniciar un debate sobre el asunto. En este sentido, el film puede resultar útil como herramienta pedagógica, puede servirnos para reflexionar y (puesto que tiene una buena factura) para pasar un rato interesante frente a la gran pantalla. Muy por encima de otras ofertas de este mercado, desde luego.