La noche

La noche

{mosimage}En el reverso de la vida cotidiana un espacio de quietud y misterio se abre paso con la caída del atardecer. Es de noche en la ciudad. Los hombres del mañana crecen soñando con un mundo limpio de maldad. Algunos adultos se atormentan con el borrón del último día; otros dejan volar sus deseos tocando con la yema de los dedos el mundo que dejaron atrás en la infancia. Y todos ellos, respetando el silencio de la madrugada, la paz aparente, el bálsamo de irrealidad con el que la Luna cubre a diario nuestras calles.

Nadie protesta, nadie se queja, nadie llora en público, nadie maldice a los cuatro vientos. Los conductores solitarios cruzan sus miradas buscando un aliento de vida. Es la señal inequívoca de que todavía no han ido más allá del umbral del sueño. Algo les mantiene despiertos. A una hora sin campanadas es el tacón solitario de una mujer que se ofrece en la calle. No es la vida con la que soñó siendo una niña. La noche es su guarida. El maquillaje oculta su pena. Sus curvas se alimentan de las lágrimas caídas sobre su cuerpo. Eso al amante de media hora a 50 euros le da igual.

En la otra punta de la ciudad un joven busca detener su vida a golpe de jeringuilla. Experimenta para vivir lo que todavía no le toca. Ignora que esos pasos solo le pueden llevar a un camino sin retorno, a un destino sin amaneceres. En el piso de al lado una madre amamanta a su hija recién nacida. Dos calles más allá un policía carga su pistola con la intención de no tener que desenfundarla aquella noche. En el cielo las estrellas se abren paso entre la marabunta de nubes que cubren de grises el fondo negro del escenario.

Los amantes se acostumbran a amar de verdad, los locutores de radio aprenden a escuchar, las luces de neón conquistan el firmamento… Es de noche en la gran ciudad. Todos sabemos que ese universo existe, pero acostumbramos a vivir de espaldas a él. La noche nos descubre ante los que nos rodean. Y eso nos da miedo. Por eso nos ocultamos en su seno, buscando su poderosa protección. Para no ofenderla, para no herir su sensibilidad. Para que la noche nos de cobijo, como lo hacía nuestra madre en la oscuridad del vientre materno. Aprendimos a vivir en la noche. Y al morir solo nos quedará eso: una noche infinita…