Muerte de un recuerdo

Muerte de un recuerdo

{mosimage}Dicen que las personas no mueren del todo mientras alguien las conserve en su recuerdo, es posible que ocurra igual con los edificios o las casas que, aunque las derriben hasta los cimientos, tampoco morirán del todo mientras alguien las mantenga en su memoria.

Este abril he asistido a la demolición de las viviendas de la Rocalla, el progreso se ha cobrado una nueva víctima  y cada vez me cuesta más recordar aquel Castelldefels de 1968 cuando vine a vivir aquí con siete años.

Una vez escribí en un poema que no sólo el tiempo destruye la memoria, sino también el espacio. Ahora cuando veo derribar una casa antigua para hacer un bloque de pisos, la imagen de esa casa se me pierde en la memoria una vez que han realizado la nueva construcción. Por ese motivo, últimamente cuando colocan el letrero anunciando el derribo hago una foto con mi móvil para salvaguardar ese espacio que se va.

Yo hice la EGB en la Academia Castelldefels de la calle Tomás Edison, ya lo he comentado otras veces, uno de los bloques de la Rocalla estaba enfrente y los niños de párvulos se ponían en fila a su lado, los mayores se ponían en la acera del colegio y los medianos en lo que es ahora la calle, que en aquella época no estaba asfaltada y el tramo de la calle Bisbe Urquinaona lo constituía la falda de una montaña que cortaron más tarde.

Jugábamos a fútbol en el recreo detrás del mismo bloque pero el patio imaginario llegaba hasta el corazón de los bloques de la Rocalla. En la parte que daba a la calle Iglesia frente a Correos (ahora había césped y una palmera) había un tobogán, un semicírculo de barras metálicas donde nos subíamos y colgábamos para hacer todo tipo de cabriolas y dos columpios amargados por el trote que les dábamos.

En la parte de atrás del bloque que daba a la calle Iglesia nos destrozábamos la columna jugando a “cavall fort”, ya que había auténticos especialistas en saltar con las rodillas juntas. Otro truco era saltar unos encima de otros para debilitar la parte central del caballo y en el tiempo que te decían “Churro, media manga, mangotero, adivina lo que tengo en el puchero”, el caballo (formado por muchachos agachados con la cabeza entre las piernas del compañero de delante) se derrumbaba y el equipo volvía a repetir en el juego siguiente para alegría del otro de jinetes saltarines.

Una vez por semana salíamos de la Academia, cruzábamos los bloques y pasábamos por el lado del transformador (que es lo único que de momento ha quedado de pie) y llegábamos a las pistas de la Polideportiva (Margarida Xirgu), donde pasábamos la mañana haciendo cuadros de gimnasia con el Sr. Núñez (e.p.d.) y sus balones medicinales. Después ya nos dejaba jugar libremente a fútbol o baloncesto.

Cuando empecé el BUP en el Colegio San Fernando, estreché mis lazos de amistad que aún perduran con dos compañeros de la Academia que vivían en los ya citados bloques, lo que me permitió conocerlos por dentro. Guardo muy buenos recuerdos de aquella época en la que uno era feliz de cualquier manera, sin las envidias que vamos adquiriendo de adultos. Como decía la canción de Karina, “cualquier tiempo pasado nos parece mejor”.

Bueno, volviendo al principio, el progreso reclama el impuesto de la pérdida de memoria espacial, espero con este artículo haber contribuido a  que sobrevivan en nuestro recuerdo los bloques de la Rocalla.

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