No se trata de orgullo, sino de justicia
Ya se va acercando la fecha del día del orgullo gay. Yo me miro al espejo, y el famoso orgullo no me asoma por ninguna parte. No le encuentro ningún sentido: ¿orgullosa de ser gay? Sería tan absurdo como sentirme orgullosa de mis hoyuelos, de mi color de ojos o de que me guste el chocolate… simplemente son cosas naturales que están ahí y sobre las que no hay nada más que decir. Y los mismo pasa con la orientación sexual.
El tan mencionado orgullo gay es únicamente un concepto mal expresado que da lugar a malos entendidos y que trabaja en contra de la dirección que deberían estar llevando las cosas. ¿De verdad hay que llamarlo así? Que entre los que nos hemos tenido que enfrentar a las críticas o agresiones por ejercer nuestra libertad de amar sepamos que el concepto se refiere más bien al “orgullo” por mantenerse fiel a uno mismo y a lo que es correcto, aun cuando hay quien se opone, te desprecia o te cuelga clichés nada más verte, no significa que todos los demás lo sepan. Es un despropósito llamarlo así cuando, en primer lugar, no es orgullo lo que se revindica y, en segundo lugar, cuando dicho tal cual parece insinuar que es una opción a escoger (¿acaso alguien está orgulloso de algo que no implique voluntad o trabajo propio?) y no un hecho natural como mencionaba hace un momento.
Ya va siendo hora después de tantos años de dejar las cosas claras, de abandonar este lema equivocado y expresar claramente lo que se busca: el respeto y la inclusión total en la igualdad de deberes y derechos de una parte de la sociedad que, hasta ahora, había estado marginada por la ignorancia, el miedo a lo desconocido y la intolerancia.
Así que no, no es orgullo. Es una petición de justicia, tolerancia y respeto que además debe extenderse no sólo a los homosexuales, sino a cualquier persona discriminada sin importar la causa.