El Caballero oscuro

El Caballero oscuro

{mosimage}No acostumbro a ver películas que superen las dos horas y media, me da una pereza inmensa y suele ser difícil encontrar un hueco para una actividad tan larga, y mucho menos si son productos comerciales con marketings monstruosos y largas colas en taquilla que casi nunca son proporcionales a la calidad del producto.

Aun así, supongo que por ser tiempo vacacional y porque la ofrecían en los Metropol (que pilla cerca y a buen horario), he ido a ver “El caballero oscuro”, la última entrega del hombre murciélago que en principio fue personaje de cómic y posteriormente serie de TV, como ya sabréis.  Confieso que me quedé en la primera entrega y que no he visto ninguna de las posteriores; y de aquella sólo recuerdo el inicio tan gótico en el que el genial Burton nos contaba los orígenes de un Joker interpretado en esa ocasión por el siempre histriónico Jack Nicholson, un comienzo que bien podría ofrecerse como cortometraje y que ponía el listón a una altura a la que la película después ya no llegaba (o al menos a mí me lo pareció). Mucho ha llovido desde entonces en Gotham City pero a mí (como os digo) no me han interesado ninguna de las entregas siguientes. O sea, que de manera accidental he acabado en la sala ante la versión de Christopher Nolan  (“Batman Begins”, “El truco final. El prestigio”, “Memento”, “Insomnio”) y ya que he ido, quisiera apuntar algunas cosas que me pareció ver en el film:

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Siguiendo los patrones del cómic, el malo es lo mejor de la película y el que ofrece el punto diferente a tanta producción adocenada, maniquea y simplista. Y no por la interpretación de Heath Ledger (que se intuye excelente pero que el doblaje no permite apreciar) sino porque plantea esa dependencia mutua entre el bien y el mal, la fascinación del poder y (sobre todo) la invulnerabilidad del que no tiene nada que perder, el malo en estado puro, vaya. La pena es que estos apuntes, que ennegrecen y dan profundidad al producto, se escuchan por boca del Joker en lugar de desprenderse de aquello que ocurre en pantalla: el enfrentamiento físico no va más allá y no llega a ser el enfrentamiento moral que los diálogos prometen. Como ya viene siendo habitual, los dilemas éticos y personales se nos ofrecen en plano medio y a base de conversaciones en las que el personal acostumbra a desconectar y la acción en montajes sincopados para marearse y perderse en una tormenta de planos cortos, movimientos imposibles, sonido de estruendo y efectos para hartarse.
Tiene el film algunos apuntes interesantes sobre la peligrosidad del control excesivo sobre el ciudadano (el personaje de Freeman se niega a la posibilidad de poder vigilar a toda la población), la vulnerabilidad de las personas (el poli que ha de matar al contable chivato porque tiene a un familiar amenazado) o cómo nos dejamos llevar por las apariencias (el preso negro frente al detonador de la bomba colocada en el ferry). Apuntes colados como pequeñas pinceladas que tienen, además de su gracia, su valor en estos tiempos de miedos y giros a la derecha. También es verdad que el film sigue en su planteamiento general los cánones de lo políticamente correcto y recurre sin rubor a los tópicos y los valores que se cultivan en aquellas tierras y que se vienen reflejando en su cine: la familia como base intocable, el héroe necesario que salva a toda la sociedad, el sistema que finalmente es capaz de superar su propia corrección, los ciudadanos anónimos y buenos, los niños… En fin, lo de siempre al respecto: taquilla USA manda y los demás (léase el resto del mundo) a tragar con lo que nos venden.

Al final, una película comercial que no aburre a pesar de sus 152 minutos, un film de buenos y malos que quiere maquillarse de compleja y oscura sin renunciar al espectáculo rentable ni al público mayoritario y que sólo ofrece al respecto algunas pequeñas anotaciones en sus diálogos y en algunos de sus secundarios.

Me parece a mí que en esta época de mucha playa y poco cine, es mejor opción el “Wall.E” de Pixar, una película con una magistral primera parte en la que un robot un tanto cochambroso y un mundo postapocalíptico con rascacielos de basura nos dan una verdadera lección de cine, ingenio, buen gusto y maestría. Para los niños, que parece entusiasmarles tanto pero vale la pena llevarse, es todo un ejercicio educativo (como espectadores y como personas). Ahora que lo pienso, quizás os hubiera tenido que contar esta historia y no la del murciélago, pero hace demasiado calor para empezar de nuevo. Buen baño a todos.