No pensar
{mosimage}Realmente nunca pensé que acabaría de esta manera.
Le conocí de joven y fuimos un tiempo buenos amigos. Reconozco que era un poco raro, tal vez un tanto especial y, ahora mismo, no sabría cómo definirle. Lo que sí recuerdo es que en la habitación, sobre la cabecera de su cama, había una especie de retablo con una calavera y dos tibias cruzadas enmarcado por un lema en el que de forma amenazante podía leerse:”No pensar, peligro de muerte”. Pero, por supuesto, había otras curiosidades más. Probablemente recuerdos de cosas, de personas, un auténtico colmillo de elefante, una reproducción en miniatura del Coliseo romano firmada por alguien que se llamaba Ana, una típica muñeca rusa y montones de libros nuevos y viejos; pero todo ello presidido por la advertencia funesta del ”No pensar…”. Porque allí dentro lo más importante era no caer en la tentación de poner en marcha cualquier tipo de pensamiento. Nada que evocara algún recuerdo especial. Y yo jamás quise preguntar el porqué de todo aquello ni de sus extrañas, y a veces incompatibles, aficiones a la navegación y al teatro. Probablemente eran dos buenas maneras de despistar eficazmente a sus neuronas.
Pero hoy he sabido de la muerte de mi viejo amigo con el que, últimamente, no me había relacionado apenas. Ignoro si estuvo enfermo, si había sufrido un accidente, si se trataba de un suicidio o de un asesinato. Podía ser cualquier cosa. Tan sólo he recibido la noticia de su muerte en un momento siempre inesperado e inoportuno. Desconcertante.
No quiero creer que ha caído en su propia trampa. Que tenía razón con su extraña consigna de siempre. Quizá ha cometido el error de, por una vez, pensar. No sé si me gustaría tener la certeza de todo esto. Nunca podía creer que acabaría así, como la maldición del retablo. Pero ahora, si antes no había sabido cómo definirle, en estos momentos de sorpresa, de duda existencial, creo que tal vez era cierta aquella maldición. Creo, ya ahora, en la auténtica posibilidad de que sea mucho menos arriesgado seguir el consejo que el retablo predica. Y creo, en definitiva, al ver las consecuencias, que mi raro amigo afrontó el reto absurdo de no hacer caso del aviso. Y estoy seguro que el pobre, un día cualquiera… pensó.
O así me lo parece.