Ruidos
{mosimage}Existen agrupaciones humanas en las que los niños, los bebés y las mascotas ocupan una parte importante de su espacio vital. Con toda seguridad, se trata de poblaciones jóvenes, con un futuro nuevo por elaborar, con una esperanza nueva para descubrir, con todas las cajas de su historia aún cerradas y, seguramente, con la protección suficiente, de ahí las mascotas, para no sentirse solos, después de mayores, en medio de una multitud. Una multitud que con frecuencia grita, ruge, dice y maldice para la que hay que estar preparado y entrenado desde muy pronto.
Y la sociedad lo sabe. Trata, cuanto puede, de que muchos de los males que ofrece esta misma sociedad, aun siendo este, por propios méritos, seguramente el peor, sean ignorados o al menos pasen desapercibidos. Por ejemplo, los ruidos en general o el ruido en particular. El ruido de las motos circulando con el escape libre como si estuvieran, casi siempre, en un circuito de carreras; o los automóviles, oficiales o no, en una exhibición de bocinas y sirenas que a uno le sugieren una ambulancia transportando alguien gravísimo cuya vida depende de esto; o una persecución policial que, un tiempo, pensé era patrimonio de Nueva York pero después he comprobado como algo común a varias ciudades en función, tal vez, según las preferencias de quien maneja el vehículo o de un impaciente ignorante de las normas básicas establecidas. Como tantas cosas en la vida hay infracciones ruidosas (como la mayoría) que no son fruto de una necesidad sino de una ausencia de civismo o educación. Pienso en el ruido o sonido que algunos medios de transporte emiten en forma de música a través de sus ventanas abiertas y con un volumen que debe escucharse, al menos, desde el otro hemisferio. O los camiones ejerciendo su trabajo en tanto parte de la sociedad, que creemos erróneamente normal, trata de descansar o seguir en el televisor la evolución de su serie favorita o también de una información especialmente interesante. Y todo ello siempre y cuando una mascota no intente, además, durante el día o la noche, no importa, establecer con sus ladridos una conversación cariñosa con el vecino o la vecina de turno.
Y todo esto viene a relacionarse con los niños, infantes o bebés a los que estamos preparando, creo, para que, de mayores, no les afecte demasiado el bombardeo constante de un exceso de decibelios. Ya no lo notarán porque se está creando sin duda, un futuro inevitable de ciudadanos sordos, pero, eso sí, bien sujetos por auriculares a un MP3 o a cualquier artilugio similar. Y en medio de toda esta cascada de ruidos, uno se pregunta inocentemente: ¿Qué más da que de vez en cuando pase por encima algún avión? Y, más inocentemente aún, alguien malpiensa que debe de haber en este tema, seguro, algunas otras circunstancias importantes además de los ruidos y la contaminación. Tal vez sí, ¿o no?
O así me lo parece