Cambios
{mosimage}"El Cambio" de J.R. Jiménez
Lo terreno, por ti,
se hizo gustoso
celeste.
Luego,
lo celeste, por mí,
contento se hizo
humano.
‘El cambio es inherente al ser humano’, es una de aquellas frases lapidarias que a menudo utilizamos, pero eso no significa que generalmente nos guste cambiar y estemos de acuerdo con que nuestro entorno más inmediato cambie. Los cambios cuestan y de hecho existen hasta cursos con títulos tan sugerentes como ‘gestión del cambio’. Cualquier cambio, por pequeño que sea y aunque nos suponga un beneficio a corto o medio plazo, nos supone una adaptación y por tanto un esfuerzo, y nos acabamos resistiendo.
Esa resistencia al cambio provoca no pocos quebraderos de cabeza a personas que gestionan y que organizan en los trabajos, a publicistas y responsables de marketing para que utilicemos otros productos, a profesionales sanitarios o de la psicología para que adaptemos hábitos más saludables, y hasta a nosotros mismos cuando decidimos salir de una cómoda rutina o planeamos una mejora sustancial en nuestras vidas.
Aunque quizás son los cambios repentinos, lo no deseados y los impuestos los que cuestan más de digerir, a veces hasta los anhelados durante largo tiempo pueden generar una sensación de vacío y de angustia. El inconveniente sobreviene en la sociedad actual en la que los cambios queridos, no deseados y repentinos se suceden a un ritmo vertiginoso, no podemos encajarlos uno detrás de otros y nos pueden llegar a provocar todos juntos una pequeña indigestión mental. Pero aun así, hay que exclamar porque no hay más remedio: “¡a los cambios, buena cara!”