Pesimismo romántico

Pesimismo romántico

{mosimage}Estoy escribiendo esta columna en plena canícula. Y quizá por el calor estoy  pensando demasiado en mi próxima etapa vital que soportará sobre mi la séptima década de vejez, ¡nada menos! Y no me sorprende que el calor, los años, también el recuerdo de la Viagra sean la causa de mis sudores, mi astenia y mi bochorno. Pero, en fin, estoy aquí en ese mar proceloso lleno de dudas metafísicas pero contento, más o menos contento) aunque sólo sea por el mero hecho de estar, con mayor o menor desgana, pero sobreviviendo, en definitiva.

Y todo esto, probablemente, no obedece más que a una marcada crisis de pesimismo, es decir una tendencia a ver y juzgar la inmensa mayoría de las cosas en su aspecto más desfavorable. Actitud, por otra parte, muy extendida en el romanticismo casi como una profesión. Pero yo no soy un romántico aunque posiblemente sí sea un tanto pesimista, tal vez por tradición familiar. Y puestos a hablar de pesimismo: hablemos.

Yo no creo que hayan cometido alguna vez el error de intentar autojuzgarse. En otras palabras, colocarse delante de un espejo, por decir algo, mirar aquella sorprendente figura que aparece allí y tener dudas de conocerla o al menos como debería conocerla de verdad. Y no les aconsejo que lo hagan si no quieren correr el riesgo que yo comprobé en persona, de no saber realmente de quién es aquella imagen, o lo que es peor, al saberlo, de sentir unas irrefrenables ganas de llorar.

En el extremo opuesto está el optimismo con una idea totalmente contraria al concepto pesimista de la vida, pero realmente con un pensamiento mucho más difícil de elaborar. Porque es más fácil organizar la demagogia de una guerra que elaborar la paz, porque es más atractivo y mediático el odio que la amistad, porque es mucho más rentable en el aspecto económico, político, personal y egoísta el terrorismo que la convivencia.

Bueno, esta quería ser una columna feliz y  miren lo que está saliendo. Mejor lo dejamos aquí. Ahora comprenderán que yo he comenzado constatando mi constitución familiar pesimista y triste, pero aún no he perdido la opción que asoma hoy en mi calendario de sobremesa. Fe, esperanza y caridad. Dicen que son tres virtudes para los virtuosos. Si mi atavismo (nuestro)  lo permite, lo intentaré pese a  no serlo y aunque los que mandan se opongan. Hagámoslo todos  o al menos tratemos de hacerlo.

O así me lo parece