Érase una vez…
{mosimage}Si esto fuese un cuento, debería empezar de esta manera:”Érase una vez…”, pero me temo que no lo es y probablemente no lo será nunca, aunque creo que se me puede perdonar haber tomado prestado el principio de una narración, a menudo pero no siempre, de carácter infantil. Pues bien, érase una vez un pueblo con ansias de ciudad que se quedó pequeño sin querer y, como es normal, adquirió todas las ventajas e inconvenientes de una urbe y de una agrupación menor.
Y quiero contemplarla desde el centro, aproximadamente desde el núcleo donde consciente, o inconscientemente, está todo aquello que se ha definido como casco antiguo. Pues bien, en este centro donde se unen historia y futuro estoy yo ahora mismo, sentado en la mesa exterior de un bar que a veces parece una heladería, una horchatería, una cervecería o simplemente una opción variada de refrescos de todo tipo.
Se trata de una calle, como muchas, con varios nombres según quien y cuando hablan de ella. Creo que su denominación oficial es la de Rambla de Santa Maria (“La Rambleta” para todos) con su incontable serie de locales capacitados par aliviar la sed y el hambre de cualquiera; con su casa de loterías expendedora de esperanzas, con sus tiendas de moda blanca y de color, junto con joyas y bisutería capaces de satisfacer o compensar muy cerca un capricho de cualquier tipo. Y frutas, de las de verdad, no de las hipotéticas que pueden poner de manifiesto bikinis, bañadores o ropa íntima hasta donde se quiera llevar el grado de intimidad. Y muchas cosas más, algunas para proporcionar, si hace falta, una óptima visión de la jugada.
Si uno recuerda que son ramblas aquellos trayectos que, alguna vez en el tiempo, fueron ocupados por corrientes de agua, comprenderá que hoy ésta haya sido sustituida por una incontable relación de cochecitos con bebés que ahora conducen mamás casi siempre complacidas y casi siempre foráneas.
Una plaza por arriba con dos edificios importantes: el Ayuntamiento y la Iglesia centenaria. Tal vez por ello no sea ni la plaza municipal ni la del alcalde, sino la Plaza de la Iglesia, punto de reunión de casi todo lo grande e importante que sucede en este municipio. Y otra plaza por abajo, la Plaza de la Estación, que desde hace algún tiempo (bastante, demasiado) anuncia la llegada de un futuro y tardío teatro municipal. Y quizá entonces cambie de nombre.
Bien, hoy he querido citar alguno de mis territorios habituales. Tal vez en otra ocasión repetiré el intento pero con la confianza de que todos sabrán disculpar mi osadía, porque estoy seguro de que los fantasmas y brujas del castillo (y sé que los hay) sabrán perdonarme. Y colorín colorado este cuento, por hoy, ha terminado.
O así me lo parece
J. C. ALONSO DUAT
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