After / Celda 211
{mosimage}Alguien, en una entrevista en un diario, comentaba que cuando iba a ver una película no buscaba ningún tipo de información sobre ella, que le gustaba entrar en el cine y encontrarse con la sorpresa de algo completamente desconocido. Razones no le faltan, desde luego, especialmente cuando lo que has leído u oído ensalza la cinta y al verla te encuentras con un producto mediocre o que no te interesa lo más mínimo; después no sabes si es que era realmente es así así o que sencillamente no respondía a las expectativas que te habías generado (cuestión de prejuicios, vaya). La verdad es que también pasa lo contrario: todo el mundo parece ponerse de acuerdo en la poca calidad de alguna película y cuando la ves no te parece tan terrible y la valoras positivamente aunque sólo sea por contraste. Esto último me pasó con “After”, una película que no pasará a los anales del cine, que se puede calificar de fallida, o quizás de desaprovechada, pero como esperaba encontrar algo más bien malo, la sensación final fue que la cosa estaba bastante correcta. Personalmente me gustó la densidad que respira la fotografía, esos espacios oscuros de la movida nocturna cargados de gente, música, droga y alcohol; y me gustaron los actores, sobre todo Blanca Romero que se queda constantemente en ese terreno ambiguo de amiga, ser deseado y ser inaccesible; el de Guillermo Toledo estaba muy pasado, pero ya le iba al personaje; y el de Tristán Ulloa me pareció el más completo, entre otras cosas porque es el mejor definido y el que tiene más espacio propio y mejor dibujado (la mujer, el hijo, la casa, el coche, el encuentro en la piscina…). Lo demás se queda todo como en proyecto, apuntado pero sin desarrollar, está la idea pero no su ejecución: las diferentes perspectivas de una misma historia, el pasado de los personajes, el trabajo que realizan, las razones por las que Ana hace o deja de hacer… Queda finalmente en la memoria, algunas imágenes como los personajes apareciendo o despareciendo de pantalla, y la magnífica elección de algunos temas musicales que potencian considerablemente el espíritu de lo que se intenta narrar.
Volviendo al tema de los prejuicios, también hay que reconocer que hay películas que, levantando expectativas muy altas, acaban respondiendo a ellas e incluso superándolas. Pocas cosas se han dicho negativas de “Celda 211” la cuarta película de Daniel Monzón, y cuando acudes a verla esperas encontrar un buen producto. Y la verdad es que no defrauda, “Celda 211” es de esas películas que no importa que te las cuenten, hay que ir a verla. Muy por encima de “El corazón del guerrero” o “La caja Kovak” Monzón hace un extraordinario ejercicio de género en el que no olvida ni personajes ni motivaciones ni situaciones. Se apoya en un trabajo excelente de los actores (inconmensurable Tosar) para explicarnos una historia de amistad entre hombres en tiempos de guerra en la que los gestos y las miradas dicen tanto como las palabras. Con algún eco de western pero sin salir de la cárcel, Monzón monta una historia trepidante, de esas que te llevan de un punto álgido a otro sin prisa pero sin pausas, te deja pequeñas zonas de calma de vez en cuando y te engancha a la butaca con escenas que, a pesar de no ser ninguna novedad, te llegan al alma y te cortan la respiración. Se agradece en los tiempos que corren que una cinta cuide cada detalle, dibuje los personajes con precisión y se preocupe tanto por lo que ocurre como por lo que se quiere transmitir y el ambiente que quiere crear. No era Monzón santo de mi devoción y sus películas anteriores me parecieron correctas pero no me entusiasmaron; pero con “Celda 211” demuestra que aquellas buenas maneras que apuntaban eran de un cineasta completo, eficaz y potente y que a este espectador sólo le faltaba compartir sus temas.