Lejos del Valparaíso
{mosimage}Hace unos días, recibí una invitación para la presentación de un libro en la Biblioteca de Viladecans. Se trataba de un poemario. Tengo que reconocer, que fui, lo confieso, con ciertos prejuicios. Asisto, por compromiso, a muchas presentaciones de libros, donde me aburro soberanamente, ya que la originalidad está ausente y sólo se transitan lugares comunes Ya se sabe: se escribe demasiado y demasiado se publica. Hemos entrado en una dinámica en que todo vale y la poesía actual desecha, por norma general, la emoción en el texto y reniega de la claridad expositiva. Pasado ya el tiempo en que era deudora de fines sociales o políticos, hoy en día recorre caminos crípticos y quiere acercarse sin conseguirlo la mayoría de las veces, a la propia existencia del poeta, a su exclusiva mirada interior, obviando que somos parte de un todo, aunque esa totalidad se fragmente y vuelva a cada poeta configurando su auténtica voz. La poesía tiene que estar ligada a la vida e identificarse con la cotidianidad, sin renegar de los sueños. Esa es una de las razones imprescindibles para llegar al lector; cada uno de ellos tiene que verse, en cierto modo, reflejado en ella y pensar que de esa manera le gustaría expresar sus sentimientos, de forma nívea y sin artificios. Pero la mayoría de las veces, los autores son incapaces de exponer sus ideas de forma sincera y caen en un cultismo grotesco. O bien, caen en el defecto contrario: son obras escuetas y preciosistas, como decorados de cine, en los que detrás reina la nada.
Para mi sorpresa, esa poesía anhelada y escasa hoy en día, poesía de “desgarro”, que “dice”, que emociona y se entiende, me la encontré una mañana de sábado, donde menos esperaba: en Viladecans.
Noemí Trujillo presentó su poemario “Lejos de Valparaíso” (Sial Ediciones, Madrid, 2009). El libro parte de las reflexiones íntimas de la autora por el dolor causado por la ausencia del amado y lo hace desde lo más profundo de su ser, con pasajes que de tanto amor rozan, a veces, el reproche y el desamor. Usa la metáfora como un cuchillo entre sus labios, como desahogo, algo perfectamente válido, si se hace como lo hace ella: con profunda belleza y con adjetivos que son pequeñas alhajas. En ella la palabra se hace pasión, algo primordial para llenar de matices punzantes cada verso que funde con el cosmos: “Mis pies apuntan a las estrellas / mientras haces la maleta.”
Pero no sólo se lamenta de la ausencia, también expresa un anhelo maternal como fruto del ardor que le corroe: “Dices que mi felicidad / no está en tu camino. / Mi vientre / sigue vacío.”
Pero mal iría Noemí si a su edad no tuviera esperanza. A ella le dedica la última parte del libro que titula casi como un axioma “La luz”, en donde se reencuentra con ella misma y asume como en un caleidoscopio, su muchos temores: “La luz es abrir / los cerrojos del miedo / y curar las cicatrices / de los celos /. Y prosigue: “La luz es tejer / sobre el sueño /esperanzas / de un mañana”. Y comparte esa esperanza: “Tu luz es mi vida, / perdona mis / catedrales heladas”.
Si tanta emoción hemos sentido en este poemario de Noemí, habrá que seguirla con todo nuestro interés en próximos libros. Aunque, a veces, la poesía sea un paraje donde reina el desencanto.
Felipe Sérvulo
fservulo@hotmail.com