Futbol ¿o qué?
{mosimage}A mí no me gusta el fútbol. Lo siento pero no puedo con él. Considero que, probablemente, ustedes pensarán que soy un bicho raro y empiezo a creérmelo también, pero el espectáculo de un estadio lleno de gente que grita, que maldice, que insulta no me hace sentir feliz, me abruma, me deprime y me resulta difícil de aceptar porque a todo esto se le llama civilización. Yo, ahora mismo, me siento un tanto incivilizado; seguramente debería sentirme a su vez un tanto ignorante por no saber valorar los intrínsecos (y extrínsecos) méritos que tiene este deporte. Y otros igualmente, más o menos multitudinarios que, en función de esa multitud, manejan millones de euros que uno piensa podrían invertirse de diferente manera. Por ejemplo, estoy seguro que muchos de los habituales consumidores de ese desahogo que constituye el fútbol ignoran totalmente que, con el presupuesto actual, sólo de un famoso equipo de primera línea, en una única temporada, bastaría para que la sociedad eliminara los millones de muertos que genera la malaria en el mundo. Y todo esto, con seguridad, aún no compensaría los beneficios que sin duda produce, en otra línea, la práctica del fútbol y no precisamente sólo deportivos sino también económicos, personales, políticos y de despistaje.
Pero basta de deporte. Lo mío debe de ser una tara familiar. Ya con la jubilación en mi equipaje sigo recordando el consejo, erróneo visto en la perspectiva del tiempo, de mis padres cuando me decían siendo niño que lo bueno era fundamentalmente estudiar y no perder el tiempo jugando al fútbol. Pese a todo, aún no estoy convencido de si les acompañaba o no la razón porque, con toda seguridad, el comentario sería diferente con un balón de oro en las manos. Y es que el mundo cambia y, con él, el valor de las cosas; nada es permanente, nada es eterno, no toda la verdad es la misma a través del tiempo. Quizá, por esto, de relativizar el mundo o, lo que es peor, en la supuesta certeza de la existencia de la perdurabilidad de las cosas, de los conceptos, de las circunstancias, aún hablan los románticos de amor eterno, los políticos de soluciones que no llegarán nunca, la religión de verdades absolutas, más por fe que por razón, y los ilusos seguimos elaborando teorías sobre la contaminación o el absurdo.
Pero no debemos, no quiero asustarme. Los campos de fútbol seguramente seguirán llenándose siempre de gente que grita, ríe, llora, ocupa las portadas o las primeras páginas de todos los medios de comunicación porque me parece que, en el fondo, deben de ser felices y esto es bueno. No sé si piensan lo que cuesta esta felicidad. No sé si alguna vez, como yo, sienten vergüenza. Quizá no sea importante, es cierto, pero debería empezar a serlo en este año 2010 que está comenzando a caminar y no precisamente con optimismo.
O así me lo parece.
J. C. Alonso Duat
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