Actores y cabras

Actores y cabras

{mosimage}En esto de juzgar a los actores, su labor y su aportación a un film, siempre he sido un poco torpe: pocas veces sé distinguir lo que es mérito del propio actor y lo que es del director o de la propia producción. Lo que sí me parece bastante seguro es que hay actores capaces de desaparecer detrás de su máscara, de esconderse tras su personaje y hacer que no veamos al que actúa sino a la criatura a la que está dando vida; pienso, por ejemplo, en Eduard Fernández, en Viggo Mortensen o en Edgard Norton. Hay también un buen puñado de grandes profesionales que bordan sus personajes pero que siempre son ellos, no dejamos de ver sus rasgos sobre la ficción que nos transmiten; sin que ello desmerezca su labor, el actor siempre queda enganchado al personaje, pienso aquí en George Clooney, que últimamente parece estar más presente que nunca en las pantallas, ya se sabe: caballero del café incluido. Pienso que el Clooney de “Up in the air” poco tiene que ver con el de “Los hombres que miraban fijamente a las cabras” pero en ambas hay un inconfundible Clooney que nunca se termina de desvanecer: elegante, divertido, pelín irónico, de maneras escuetas y eficaces… como ya lo veíamos en “O brother” o la saga de los “Ocean’s”. Y es que tanto en “Up in the air” como en “Los hombres que miraban…” lo mejor es ese tono contenido, lo que las películas podían haber sido y no son, y eso se le debe en gran parte al actor que, supongo, tuvo alguna responsabilidad más que la de su interpretación. Pero centrémonos en “Los hombres que miraban fijamente a las cabras”, que es la obra que ha motivado estas líneas. La película parte de una premisa que parece un disparate y que (aseguran los créditos iniciales) es absolutamente cierto: los experimentos que el ejército norteamericano hizo para desarrollar una fuerza parapsicológica como arma de guerra. Con tal punto de partida la película podía haber sido una comedia desmadrada, descabellada, absurda, absolutamente descerebrada y haberse pasado tres pueblos en cualquier momento. Sin embargo, Grant Heslov, director y amigo de Clooney (para él escribió “Buenas noches y buena suerte”) opta por un tono contenido, siempre a caballo entre lo absurdo y lo justificable, entre lo verídico y lo increíble, produciendo una continua sensación de despiste y un no saber a qué atenerse en cada momento. Clooney colabora con un personaje bronceado, pelín sucio, algo alucinado, de esos que nunca sabemos si se calla lo mucho que sabe o simplemente es un ignorante prudente. El film no levanta la carcajada como cabría esperar, apenas algunas sonrisas en algún chiste ocurrente, más bien provoca un desconcierto divertido y estimulante. Lo que sí hace es llevarte con suavidad de una situación a otra, saliendo y entrando del terreno del absurdo y el de la realidad, sin saber a veces por qué y otras arrastrado por una aplastante lógica; desde algo si algo no es la película es previsible.

A mí, personalmente me encantó esa hábil mezcla entre militarismo y hipismo, ese discurso de paz y LSD en plenas tripas del ejército más poderoso del mundo, y esa aventura a ninguna parte en pleno conflicto de Irak. Me hubiese gustado, eso sí, un poco más de caña directa contra determinadas posturas bélico-inversoras pero quizás no se le pueda pedir tanto a un producto que, aunque arranque de la zona menos conservadora, se ha de vender en el mercado, principalmente el suyo, que es el que manda.

Al final, por cierto, lo de las cabras es lo de menos.