El reloj
{mosimage}Nunca, hasta hoy, me había detenido a pensar cuán triste es el sonido de las campanadas de un reloj de pared. Estoy sentado en mi rincón y ha llorado seis veces ese viejo marcador del tiempo que tengo delante para recordar que son sólo, en principio, las seis de una tarde cualquiera. Y sí he dicho que ha llorado es porque hoy, precisamente hoy, precisamente ahora, cada repique me ha sonado a una lágrima del tiempo dura, pesada, metálica, caída en el suelo. ¿Qué más queréis que escriba para confirmar la tristeza del reloj? Este artilugio que no sé si realmente persigue al tiempo o huye de éste con repetida monotonía. ¿Bueno, qué más da? Y se me ocurre pensar, si puedo, de alguna forma y no por falta de ganas, practicar ese ejercicio que se define siempre como matar el tiempo cuando, en realidad, es el tiempo quien acaba con nosotros sin ni siquiera anunciarlo antes aunque sólo sea un poquito.
Una vez conocí a alguien entrañable con motivos suficientes para pedir y suplicar que esto ocurriese. Sencillamente, no quería vivir así. Una y otra vez, repetidamente, hasta conseguir su final hace sólo unos días. Yo no sé si mi reloj de pared esta tarde supo de esta circunstancia y sonó más fuerte para hacerle compañía; tal vez para que no se sintiese sólo en esa hora de los adioses, de las despedidas. Pero me gustaría creer que, al menos, una de las campanadas replicó con más fuerza para darnos el lejano aviso de su marcha. Sé que al final del camino era muy consciente de que su obra había concluido hace ya algún tiempo y no se le ocurrió, ni por azar, creer que debía quedarse un ratito más para completar la jugada. Una jugada nueva. Hasta aquí todas le habían salido bien. Mucho mejor que otros con los que habíamos compartido algún deseo. Pero tenía que completar las campanadas del reloj, de su reloj. Sé que, hasta ahora, hasta el momento que mi reloj de pared me confirmó el aviso no he podido evitar el terrible deseo de estrellar contra su esfera una maldición. No puedo dejar de jugar a este juego de banalidades. Tal vez por esto me resulta imposible decirte adiós. Es algo que a nadie nos gusta y hay que darse prisa, pero…mucha prisa. Cada vez más.
Así como tú decías, muy convencido de la verdad, están al caer los catorce resultados de la quiniela de la vida. Y la lotería de cada uno de nosotros se aproxima, insistentemente, hacia el mismo destino que, con toda seguridad, será bueno; tiene que serlo. Porque no puede ser de otra manera.
O así me lo parece…
J. C. Alonso Duat
jcalonsoduat@gmail.com