La Voz a ti debida

La Voz a ti debida

{mosimage}La voz a ti debida: así comenzaba su monólogo nuestro querido actor Miguel Ángel Ripeu, en la celebración del décimo aniversario de La Voz. Miguel Ángel jugaba con el titulo de un libro de Pedro Salinas y el nombre del periódico para, seguidamente, mediante ingeniosos giros, introducirnos en un texto perspicaz y lleno de referencias a problemas cotidianos, que mezclaba con alusiones a la celebración. Sí, yo también tengo que hablar de los 10 años de La Voz, a pesar de que, seguro, habrá voces más autorizadas que la mía, en este número, para glosar el acto. Pero haré como Miguel Ángel, el título me servirá como excusa para hacer comentarios de poesía, al fin y al cabo, unos de los fundamentos de esta columna.

“La voz a ti debida”, es, posiblemente, la obra más conocido de Pedro Salinas y toma el nombre de la Égloga III de Garcilaso. En ella, el poeta de la Generación del 27, junto con su “Razón de amor”, forma una especie de díptico en lo que se recoge lo mejor de su creación y que tuvo una esencial influencia en muchos poetas de la posguerra. El poemario que hacemos referencia, hace alusión a la  “voz” que viene del propio amor en estado puro, no del poeta, ni de la poesía, ni siquiera de la persona amada. Está compuesto de un largo poema que el autor calificó como un todo único e indivisible y emplea una difícil sencillez de lenguaje, junto a una sentida sensualidad, fundido con un refinado conceptualismo lleno de sugerencias. Fue publicado en 1933 y muchos estudiosos de poeta han visto en él la angustia producida en Salinas por la ausencia de la amada, persona distinta a su mujer y con la que tuvo una profunda relación de amor en secreto, relación que se supo años después de la muerte de ambos amantes. Otros estudiosos tratan el libro como 70 poemas diferentes, aunque relacionados entre sí. Sea de una forma u otra, el tema es poco importante, ya que sólo afecta a la arquitectura de la obra, no al fondo y compone uno de los ejemplos más hermosos de la lengua castellana, conformando una visión de la persona querida, que va desde lo real, a lo onírico, pasando por lo abstracto. Podemos disfrutar de una pequeña muestra sobre lo que hablo. Para ello, os transcribo unos versos (del 106 al 126) en los que el autor trata el ansia de ser “llamado” por el amor: ¡Si me llamaras, sí; / si me llamaras!  / Lo dejaría todo, / todo lo tiraría: los precios, los catálogos, / el azul del océano en los mapas, / los días y sus noches, / los telegramas viejos / y un amor. / Tú, que no eres mi amor, / ¡si me llamaras! / Y aún / espero tu voz: / telescopios abajo, / desde la estrella, / por espejos, por túneles, / por los años bisiestos / puede venir. No sé por dónde. / Desde el prodigio, siempre. / Porque si tú me llamas / «¡si me llamaras, sí, si me llamaras!» / será desde un milagro, / incógnito, sin verlo. / Nunca desde los labios que te beso, / nunca / desde la voz que dice: «No te vayas».

Desde luego, el monólogo, tal como dijo Gregorio Benítez, ha sido una buena excusa para releer a uno de los mejores poetas de todos los tiempos que ha escrito sobre el amor y que, desgraciadamente, está casi olvidado en esta sociedad inmersa en la inmediatez y que sólo tiene tiempo para lo banal.

Gracias, Miguel Ángel.