Experiencia
{mosimage}Se puede leer en cualquier diccionario enciclopédico: Esa cosa que llamamos experiencia es el conocimiento adquirido por la práctica. Pero Kant completa el concepto diciendo que deberíamos entender como experiencia sólo el equivalente a una percepción sensible que, a veces, se opone al racionamiento, pero no siempre, y deja de estar elaborada por una organización y entendimiento sistemático. Sólo así se puede asumir el concepto más moderno de William James cuando afirma que lo fundamental acerca de nuestra experiencia consiste en que esta es tan sólo un proceso de cambio.
Pero vamos a dejarnos de excesivas elucubraciones filosóficas y permitidme decir que, para mi, eso que llamamos experiencia no es más que el conjunto de errores y fracasos que crean doctrina y se van sucediendo a lo largo de nuestra existencia. Por eso mientras que antes la experiencia no era otra cosa que una forma de conocimiento hoy debe considerarse como el conjunto de relaciones que se producen entre el hombre y su entorno. Y esto nos lleva de la mano para caer en la tentación de definir al hombre y a la mujer feliz como aquel ente que, a la hora de su muerte, pueda afirmar que lo hace totalmente vacío de experiencia; es decir no ha cometido nunca en su vida un error ni se ha visto rodeado jamás por un fracaso. Morir sin experiencia de nada no es ignorancia de todo sino la expresión de una vida pasada felizmente. Sin malos recuerdos, que son lamentable y fundamentalmente, los que configuran y llenan ese saco que hace exclamar de un ser humano que es alguien, un individuo o individua, experimentado.
Y después de este rollo más o menos filosófico sólo quiero expresar un deseo para quienes no sean capaces de resistir la tentación de leer esta columna. Ojala no tengan nunca experiencia de nada. Sean felices, sean muy poco o nada experimentados; no se obsesionen en producir, aprender o controlar el estado de las cosas. Se de alguien que había planteado su vida en tres etapas basándola en comprobar, verificar, y en definitiva, vivir una hipótesis: dedicar sus primeros veinticinco años a estudiar, prepararse y formarse. Sus segundos veinticinco años a trabajar como un loco, y los terceros veinticinco, hasta completar los setenta y cinco a disfrutar como el que más. Hoy ha superado esta cifra y afortunadamente se le está alargando, bien feliz, esta tercera etapa. Ya no recuerda casi nada de su experiencia. Ha sabido controlar las perturbaciones externas que podían alterar su técnica y , especialmente, ha sabido vaciar su baúl de los recuerdos.
Y hasta aquí quería yo llegar. Largo y duro camino para concluir, como decía un maestro, practicando el olvido no como un defecto sino como una virtud y no como una patología porque realmente olvidar es un arte del que la experiencia no permite hacer uso.
O así me lo parece
J. C. Alonso Duat
jcalonsoduat@gmail.com