Historias de Amor y Muerte
{mosimage}En el panorama actual de la exhibición cinematográfica uno tiene la sensación (dolorosa) de que el producto predominante es cada vez más homogéneo, menos creativo, siempre sacado del mismo molde. Unos pocos títulos (generalmente todos cortados por el mismo patrón) copan pantallas y multisalas y relegan al resto de producciones a pequeños espacios, salas mínimas y periodos de exposición ridículos. Puede ser que a la mayoría de los espectadores no les interesan ni los experimentos ni las ofertas con aire de novedad; pero también es posible que los responsables de producir y distribuir no tengan ninguna intención de vender cualquier cosa que no vaya sobre seguro. Al final, ver cine supone una y otra vez enfrentarse a la misma película (tal y como hacen los pequeños con los cuentos que escuchan una y otra vez) repetir siempre el mismo modelo (tal y como hacen los yanquis con sus eternos y generalmente absurdos remakes); y ello hace que no se madure como espectador, que la exigencia se acomode a la oferta y no al revés, como debería ser, y que el consumo dependa más de los procesos de marketing y de lo que se programa en las salas de los centros comerciales que de la calidad y el verdadero interés de los productos.
La publicidad ha conseguido, pues, que en el terreno cinematográfico la exigencia de la demanda dependa de la oferta y no al revés.
Los espectadores somos, en consecuencia, cada vez más cómodos, menos creativos, más pasivos, menos críticos y menos exigentes.
De todos modos, no todo está perdido. Siempre parecen títulos que te sacan de la rutina, te estimulan y te ofrecen algo diferente, novedoso o simplemente interesante y que no se ven recluidos a exhibiciones raquíticas.
En este sentido (de lo que he podido ir a ver en las últimas semanas) yo destacaría “Ciudad de vida y muerte”, una película china dirigida por Lu Chuan que nos habla de la gran masacre que los japoneses provocaron en la ciudad de Nanking. Podría haber sido un film más sobre las barbaridades que el hombre puede llegar a hacer a sus semejantes, o una revancha china a la brutalidad histórica nipona, o un melodrama de llorar mucho, o una historia de buenos y malos con final redentor a lo yanqui…pero no, “Ciudad de vida y muerte” es una de las películas más hermosa y a la vez dolorosa que he visto en mucho tiempo. Con un blanco y negro espectacular huye del efectismo de la realidad en color y la tragedia colectiva se manifiesta en planos cerrados que personalizan lo terrible sin dejar de ver el horror de todo un pueblo. La música, su cadencia, sus silencios y la brutal poesía de sus imágenes la convierten en una obra deliciosa, trágica, hiriente, terriblemente cercana a la perfección, dolorosamente aferrada a la realidad.
Hablando de propuestas diferentes me gustaría hablar de “Two lovers”, de un señor llamado James Gray, que ya ha hecho con anterioridad una serie de thrillers de aspecto convencional. Guiado más por las críticas que por el interés personal, me topé con una historia de sobras conocida en la que un hombre depresivo que acaba de sufrir un gran desengaño intenta suicidarse y posteriormente se ve entre dos mujeres, dos amantes, dos mundos incompatibles e irrenunciables ambos: el de la seguridad de la mujer que te cuidará y te querrá y el de la pasión de aquella que te hará sufrir. Todo en “Two lovers” suena y huele a clásico, a ya visto, pero Gray consigue que sus personajes estén vivos, que todo sea real y creíble y nos acerca más a sus sentimientos que a sus circunstancias. Finalmente, el producto se muestra original sin ser nuevo y su factura logra que nos sumerjamos a un mundo de ficción sin ser conscientes de haber abandonado lo real.
Por último, y aún a riesgo de entrar en desacuerdo con muchas voces, quisiera valorar en positivo la propuesta que Julio Medem nos hace en “Habitación en Roma” y que me pareció hermosa y estimulante. Medem se enfrenta a una película difícil: dos mujeres, un único escenario, un encargo, un remake de “En la cama” del chileno Matías Bize y una historia de amor no demasiado corriente. El director vasco opta por un tono poético que se aferra a lo real y quizás se queda en terreno de nadie, lo cual puede perjudicarr al resultado final; nos ofrece un amor incipiente pero maduro, lésbico pero sin rastro de prejuicio, delicado pero sin tapujos ni afecciones, sin moralinas. Vemos y sentimos esos cuerpos que se exploran, que se dejan llevar a un mundo irreal con hora de caducidad; y una vez que se han dejado atrás las puertas de ese paraíso de un solo día notamos el peso de una realidad de la que no se puede (y tal vez tampoco se quiera) escapar. Quizás le falta a la película un poco de la sensibilidad y de la mirada personal con que Medem nos embaucó en sus primeras obras, quizás le sobra algo de artificiosidad, pero también es verdad que resulta gratificante cómo conecta a sus personajes con el “exterior” a través de las nuevas tecnologías y que nos ofrece una hermosa historia de amor claramente diferente a las que acostumbran a llenar nuestras pantallas.
Fernando Lorza