El casal de mi infancia

El casal de mi infancia

{mosimage}En la década de los 80, los casales de verano solían consistir en una estancia de dos meses en el pueblo, bajo la tutela de nuestros abuelos. Naturaleza, amigos, días que duraban hasta bien entrada la noche y vida sana. Una total desconexión del ajetreo de las ciudades y, salvo los deberes de media mañana, no se tenía más contacto con los libros y cuadernos del curso.

Ya sabemos que los tiempos cambian, que la vida es más compleja o, sencillamente, la enredamos nosotros sin darnos cuenta. El tema está en que, pese a que procuramos en la medida de lo posible conservar parte de esa  esencia que tanto influyó en  nuestra infancia y que deseamos que continúe en  nuestros pequeños, no siempre hay tiempo o lugar para ello.

Esta reflexión tiene como pretensión valorar la labor de los casales de verano. Están compuestos por profesionales cualificados que trabajan en multitud de propuestas educativas de ocio, logrando cada año entretener y estimular a niños desde los 3 hasta los 12 años. Es agradable y muy tranquilizador, contemplar como, verano tras verano, los pequeños aventureros que tenemos en casa piden repetir experiencia. Se forjan nuevas amistades, se comparten juegos y cientos de nuevos descubrimientos que enriquecen la vida familiar.

En definitiva, los casales dan un nuevo apoyo a los padres trabajadores que saben que sus hijos disfrutan de unas merecidas vacaciones escolares, en un entorno cercano.

Clara Fernández
Coordinadora de AMPAS