Aquelarre
{mosimage}Ha pasado mucho tiempo desde que todo esto comenzó. Yo era muy pequeño y sé que empezar hablando del tiempo transcurrido es bastante peligroso; a veces muy peligroso. Pero yo nunca antes había estado en Castelldefels y este era, entonces, un pueblo apretado sobre una calle larga a cuyos lados se situaban una serie de edificaciones sin ninguna brillantez o al menos con poca exhuberancia pero, eso sí, con una magna y extraordinaria playa junto a ellas. Creo que ahora le llaman a esa calle Avenida de la Constitución, pero entonces cuando yo la vi por primera vez era la carretera de Barcelona que acababa en las peligrosas curvas del Garraf para ir a Sitges. Una especie de explanada con una gasolinera y un local para desayunar y prepararse antes de afrontar la aventura de subir o bajar, según se mire, daban fin a la ahora llamada Avda. de la Constitución.
Eran los años de inicio de la segunda mitad del siglo pasado. Y allí una montañita discreta en la zona oeste daba cobijo a una incipiente urbanización bautizada entonces con el nombre geográficamente sugerente de “Montemar” (hoy Mont-Mar). Mi padre, rara y accidentalmente optimista, había decidido comprar un terrenito en dicha zona mirando un futuro esperanzador o una inversión para el día de mañana, como diríamos hoy. Él nunca disfrutó de la casita para su jubilación (no llegó nunca a construirse) pero para mi madre fue una importantísima ayuda de supervivencia en sus últimos años de viudedad. Ahora mismo no recuerdo las dimensiones del terreno, pero sí sé que entonces lo normal era medirlo en palmos, y nunca en metros cuadrados. Cada parcela podía recibir una construcción modesta y un muy limitado jardín, pero no era infrecuente que con cierta regularidad fuéramos con mi madre a visitar nuestra modesta propiedad inmobiliaria. Y mi madre vendió, mucho más adelante, un espacio ya rodeado de variadas edificaciones.
Transcurrió cierto tiempo, no demasiado, hasta tener una nueva relación íntima con Castelldefels. Ahora coincidió con mi época universitaria. El profesor Ramón Sarró organizó una sesión de brujería, introducida para amenizar las enseñanzas de psicología y psiquiatría, ubicada en el castillo del pueblo. Una sesión conjuntada con un caso fácil y sus complicaciones en los jardines. No tengo ni idea de quién se ocupó del suministro de la cena, es decir, de la intendencia del acto. Fue una reunión, en principio, divertida, amena y no excesivamente seria. Hubo lecciones, hubo discusión y hubo divertimento interesante a cargo de las brujas teóricamente habituales moradoras del lugar. Evidentemente, creo que no se habían iniciado siquiera, ni tan sólo programado en serio, las obras de restauración del famoso castillo. En definitiva, un Aquelarre históricamente más o menos científico. Porque estoy seguro y convencido de que hoy, tanto tiempo después, las brujas o sus descendientes seguirán estando allí y jugando a reuniones que caen de lleno en el terreno de la psiquiatría con la mejor de las intenciones.
Por todo eso, hoy pienso que un estudio histórico detallado nos puede ofrecer visiones nuevas sobre este tema, que yo desconozco todavía, del Castillo de Castelldefels. Las torres diseminadas por el pueblo, sobre las circunstancias que rodean una biografía popular, seguramente poco conocida, las costumbres que aún se observan aunque sólo sea con parcialidad y también los pequeños “Aquelarres” que fluyen por las nuevas calles, con toda certeza conocedores, sin duda, de unas circunstancias ya vividas por las brujas veteranas en un nuevo y delicioso Aquelarre bien conocido. Como mínimo, tal vez, estaría bien otro enfoque de la historia. Me apetecería intentarlo de un modo diferente.
Así me lo parece