Diario

Diario

{mosimage}Salgo a pasear en bicicleta. Voy con mi hijo. Me muevo por el carril bici y donde no lo hay lo dibujo sobre cualquier tramo de asfalto. Llego hasta ese fatídico punto de la estación de tren de la playa. En San Juan la vida se detuvo ahí, sobre la vía. El brutal accidente ha dejado un andén lleno de flores, banderas y frases de recuerdo. Se me encoge el alma pensando en las familias, en la noche del horror, en las horas posteriores, en la angustia, en la pena, en las ausencias… Y ahora el silencio, solo roto por el paso de otro tren que no se detiene.

Continuamos nuestro camino y ahora nos movemos por las nuevas arterias de Castelldefels. Los años de obras parecen haber tocado a su fin. La transformación de la fisonomía urbana es muy evidente. Y ahora es un buen momento para disfrutar de esos nuevos rincones. La tregua estival invita a ello, a pesar de las voces críticas. Proceden de aquellos que manejan un altavoz cargado de frustración; y que alimentan sus ansias de victoria soñando con una primavera gloriosa. Todavía no saben que nadie recoge una buena cosecha, sobre la base de un campo devastado. En ello están, en la devastación; dándole la espalda a una parte de la realidad, dibujando el escenario anhelado por ellos. Miro al cielo y hoy parece que la lluvia nos va a respetar. No ha sido el caso de este verano. Una vez más el agua no se quiso perder la celebración de la Fiesta Mayor. Supone un acto ya casi tradicional en nuestra ciudad. La estampa se repite año tras año. De vuelta a casa, mientras pedaleo, me pregunto si todavía habrá alguien que exija responsabilidades públicas por esos chaparrones de agua de mediados de agosto. Son tiempos difíciles para el sosiego y la cordura; incluso en una ciudad como esta, en la que –si se quiere- se puede vivir la vida en positivo.