El portazo
{mosimage}La puerta se cerró con un portazo. Detrás de ella, silencio. Un silencio que nadie se atrevió a romper. Por miedo, por timidez, por intranquilidad de conciencia; seguramente por nada de todo esto o quizá por todo en conjunto. O, sencillamente, porque allí, detrás del portazo, sin saberlo, había quedado algo que en otro tiempo dirían inconfesable, presumible pero inconfesable y que, ahora, con el espacio de unos días no habría ningún problema en comentarlo e incluso chulearse de ello. Porque hoy, ayer y siempre chulearse es un deporte que suele gustar a todo el mundo cuando se convierte, lo hace con convicción y, casi siempre, en secreto en el día de hoy. Yo conozco a bastantes individuos portadores de un grado de chulería indescriptible. Un portazo…
El sexo, el dinero y el poder son las tres fuentes más importantes que nutren el ser humano. Son, con toda seguridad, lo más trascendental para sentirse alguien; lo que conlleva una mayor dosis para chulear frente a todo. Para ser o aparentar que se es alguien en este mundo. Especialmente lo segundo. Para presumir, en definitiva, de tener más que aquel, de gastar más que aquel, de mandar más que cualquiera. Sólo así se desborda lo que llamamos chulería aunque, en el fondo, sea muchas veces triste y nada envidiable. Porque la chulería tanto en el fondo como en la superficie da pena. Porque la mayoría de las veces se resume sólo en un portazo. Porque es sencillamente nada aunque creamos que muchas cosas, actitudes, ideas son o parecen algo importante y no son más que humo pero nos hacen sentir trascendentes, brillantes, sin ser otra cosa que ilusiones. Vanas o no, ¿qué más da? Pero son seguramente meras fantasías.
Esa pareja que atrae la mirada de unos cuantos y sorprende a más de uno al cruzar una calle espectacular. O el resumen del saldo de una cuenta bancaria capaz de deslumbrar, aunque sólo sea un poquito al desgraciado (¿desgraciado?) cajero de aquella sucursal bancaria anotando la triste evolución de una relación hipotecaria. O la evolución patética de un puesto de mando que va a llevar toda una vida de solicitud de favores, consejos, peticiones, cambalaches más o menos importantes que crean chulerías de poder. Todo esto puede ocurrir en poco tiempo y sentir súbitamente un cierto grado de hinchazón general. Entonces yo pienso que la chulería es inevitable. Y no es nada parecido a la amistad, al compañerismo, a la satisfacción de dar, de poder servir, y no de tener algo especial. A mí me da pena pensar que basta una sola palabra para definir conscientemente todo esto, o mejor con unos conceptos demasiado unidos: 1º Portazo, 2º Silencio, 3º Rivalidad y 4º Humillación. En definitiva: Orgullo.
O así me lo parece…
J. C. Alonso Duat