Todo lo que tú quieras
{mosimage}El mundo del cine, como el de otros muchos negocios, se rige por una competencia cruel y agresiva que obliga a desmarcarse, a sobresalir de entre los otros para captar la atención y el interés del cliente (de esto, la publicidad sabe muchísimo). ¿Y cómo llamar la atención sobre un film y hacer que el personal vaya a verlo? Hay quien pone el empeño en el título, mirando de vender alguna característica concreta e interesante, aunque no siempre vaya en consonancia con el verdadero contenido (“Todo sobre mi desmadre” podría valer como ejemplo); en otras ocasiones es el productor quien vende (Judd Apatow y sus nuevas comedias americanas se llevan la palma en este terreno); en numerosos casos, el famoso o la famosa de turno hace valer su caché (una película con Sandra Bullock es una película de la Bullock) y en otros casos la estrella es el director, y aquí sí que va aquello de “una película de…”
“Todo lo que tú quieras” es una película de Achero Mañas. Y Achero Mañas es un ex actor que nos fascinó con tres cortometrajes -“Metro”, “Cazadores” y “Paraísos artificiales”- que nos revelaron un director potente, comprometido y especialmente hábil para trabajar con gente muy joven. Si no han visto ninguno de ellos, les recomiendo que se den una vuelta por la web del artista (http://achero.es) y les echen una ojeada, es cine en estado puro, una delicia.
Tras su tercer corto, Mañas encandiló a propios y extraños con aquella maravilla que era “El bola” y que también nos dio a conocer a otro personaje excepcional: Juan José Ballesta. Con su ópera prima el joven Achero se llevó varios goyas para casa y con ellos el entusiasmo de crítica y público; lo que se dice una entrada triunfal por la puerta grande. En “El bola”, igual que en sus cortos, había una exquisita habilidad para escuchar y hacer hablar a sus criaturas y un entendimiento poco habitual, pero magnífico, de la infancia y sus recovecos. Tres años después, en un arriesgado giro, Mañas realizó “Noviembre”, una película que no respondió a las expectativas y que se quedó algo corta en su retrato de un mundo de actores beligerantes y de una sociedad demasiado acomodada. Ocho años después de “Noviembre” el autor vuelve al mundo de los niños y de la familia pero hasta aquí los puntos coincidentes. “Todo lo que tú quieras” poco tiene que ver con lo anterior: el tema, la perspectiva, la sensibilidad, los intereses… todo pasa ahora por el tamiz de Mañas-padre más que por el de Mañas-cineasta (para bien o para mal, no lo veo claro). Creo que es esta nueva perspectiva lo que hace que el film estire tanto la metáfora de este padre que desea hacer feliz a su hija tras la muerte de la madre; una metáfora que se lleva al límite pero que nunca llega a romper la cuerda que mantiene la película en el terreno de lo correcto. Según se mire, eso se puede ver como valor positivo (el film no pierde ese tono de realidad a pesar de su fotografía y su tono triste) o negativo (no se profundiza ni se llega a coger de verdad el toro por los cuernos en un tema que hubiera requerido algo más de beligerancia, de densidad y de humor).
Hay en la película momentos de verdadero calado emocional sin llegar al melodrama lacrimógeno (la muerte de la madre, muchos de los momentos con la niña), situaciones y personajes realmente meditados y bien fabricados (los contrapuntos que el transformista, la ex novia o los compañeros de trabajo ofrecen al protagonista me parecieron sencillos pero eficaces y muy creíbles) y un tono general bastante apropiado para una película que plantea algo tan real y complejo como lo que un padre, abocado de pronto a serlo plenamente, es capaz de hacer por un hijo. Para ello Mañas utiliza una curiosa y chocante teatralidad (en su sentido de artificio) que sin llegar a molestar dota al conjunto de un sabor extraño, diferente.
“Todo lo que tú quieras” es una de esas películas por las que es difícil ponerse de acuerdo: si la historia te llega y te la crees (si eres padre/madre no te será difícil), disfrutas de su intensidad y de su sinceridad; si por alguna razón te quedas al margen de lo narrado (no es difícil), todo puede parecer artificial, forzado, sin alma. Eso sí, Juan Diego Botto hace un gran esfuerzo en su papel de padre y Lucía Fernández (una niña de 4 años) es un hallazgo impresionante, magníficamente deliciosa.