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{mosimage}Quedaron atrapados en un macabro redil. Alguno no dejó de pasear cabizbajo durante horas. Todos añoraron durante días cualquier correspondencia con el exterior. No hubo articulación muscular alguna que no se resintiera en aquel infierno en vida. Desesperaba no poder pensar en la existencia de un horizonte futuro. Cansino, agotador; alguno de aquellos primeros días lo fueron especialmente. La mezcla humana enseguida se vio que podía generar algo muy positivo. Algunos de ellos llegaron a tener un discurso personal redundante; eso pudo haber deteriorado en algún momento la convivencia. Las manos no dejaron nunca de tener un tono grisáceo desesperante.

Allí dentro había quien mantenía una posición equidistante, entre la desesperanza y el optimismo. El atún en escabeche era parte indispensable en la dieta de las primeras jornadas. Si algo no había allí dentro era intereses personales; la picaresca solo se cultivaba en el exterior. Fuera algunos quisieron dibujar la figura de un villano en el grupo. Fracasaron. El temblor nocturno se hizo presente acompasando la pesadilla de más de un superviviente. La comicidad, por supuesto, no faltó en algunas escenas vividas allá, en el corazón de la tierra. El tiempo parecía ser infinito en ese lugar. Los sueños siempre tenían un cielo despejado. Bendito fue el alimento que les ayudó a sobrevivir durante los primeros diecisiete días, sin contacto con el exterior.

Los ingredientes de una alimentación básica se convirtieron en un imposible. Algunos imaginaban un gran respiradero que les diera aliento; otros una válvula de escape; la mayoría un balón de oxígeno. Por momentos cundió el desamparo. Desapareció la magia de los viernes. Un ladrillo podría servir de silla improvisada. La dignidad colectiva les unió para siempre. Alguien pudo soñar, en voz alta, con la palabra “góndola” y con un futuro viaje a Venecia. La pirotecnia del exterior resultaba inaudible para ellos. El color burdeos dejó de existir para sus ojos. Con sus dedos creían tocar de vez en cuando un vestido de terciopelo negro. Enseguida se despertaban con unas simples tenazas en sus manos. La impureza no abandonó de la yema de sus dedos ni un solo día. Y la cohesión fue lo que les mantuvo vivos en aquel infierno de 69 días con sus 69 noches.

En homenaje a los 33 mineros de la mina San José, en Copiapó, en el desierto de Atacama, en Chile. Tras su liberación el pasado 13 de octubre de 2010. 33 palabras subrayadas para 33 historias humanas.

benicoro@hotmail.com