Encerr@dos

Encerr@dos

{mosimage}Encerrar a alguien, quedarse encerrado, encerrarse uno mismo… un tema recurrente en el cine, ¿no les parece?  El cine de presidiarios (encerrados, por supuesto), los westerns y ese calabozo siempre al fono de la oficina del sheriff, las pelis de terror y sus víctimas atrapadas en un sótano, alguna maravilla espacial todos encerrados en la nave, incluso ese grupo de burgueses que no pueden salir de la habitación por culpa de don Luis Buñuel…, lo dicho, el encierro es un tema recurrente y recurrido.

Y el peor de los encierros, el más terrible y temible es, sin duda, el entierro en vida; y si no, que se lo pregunten a Paul Conroy, el protagonista de “Buried (enterrado)”, que se tira todo el metraje sepultado bajo tierra, entre las paredes de madera de un ataúd y de paso nosotros (los espectadores) con él.

Rodrigo Cortés, que es el padre de la criatura cinematográfica, ofrece una experiencia que difícilmente se ha tenido antes y que, probablemente, nunca se olvidará (ni el protagonista, ni Ryan Reynolds que lo interpreta, ni el espectador). Es magnífico lo que Cortés y su equipo han hecho, tanto por el contenido como por la forma de hacerlo: un sólo actor, un único y reducido espacio, nada de voz en off, nada de salir al exterior, nada de flashback… sólo un móvil, un mechero, un lápiz y una bolsa con instrucciones. Curiosamente, la película salva todas sus limitaciones y resulta un producto dinámico, sin tregua, que nos dice del exterior mucho más que otras películas pretendidamente  “con contenido” (no se pierdan la conversación con el jefe de personal de la empresa para la que trabaja, sencillamente impresionante) y que termina dibujando con nitidez al personaje y su espacio (en el sentido más amplio del término). Y lo más difícil: ante un despliegue tan extraordinario de técnica, ésta pasa completamente desapercibida y cámara, luces y  movimientos se pierden tras esta historia fascinante ante la cual te preguntas muchas cosas pero nunca eso de “¿y esto cómo lo han hecho?”.

Pero no siempre la reclusión es tan física; en ocasiones, el cineasta enclaustra a sus criaturas en situaciones abiertas, sin barrotes ni paredes, pero con cadenas poderosas. De ello nos dio una verdadera lección Buñuel en “El ángel exterminador” y de ese tipo de prisión  nos habla Fernando León de Aranoa en su reciente “Amador”. Aquí, Marcela, una inmigrante que cuida del anciano del título, se ve sin salida ante una situación de ilegalidad, de miseria social, de trabajo precario y de una relación poco satisfactoria. Aranoa se toma su tiempo en describir a su personaje, su problemática, sus anhelos y sus carencias, y, finalmente, nos invita a un valiente salto hacia adelante en el que la muerte da paso a la vida, lo viejo deja su lugar a lo nuevo y se abre una pequeña brecha de esperanza. De la película, a mí me gustó sobre todo el tono de Amador, seco y contundente sin ser despreciable ni demasiado pretencioso; el humor de Puri, una puta entrada en años que aporta un soplo de aire fresco y una visión diferente de la vida; y esa Marcela, silenciosa, siempre a un paso del llanto y del desaliento, con esa mirada entre la perplejidad y el deseo y esa gran expresividad con el mínimo de elementos. No me pareció lo mejor de Aranoa (el ritmo es demasiado cadencioso para mi gusto y me sigo quedando con “Familia” y “Barrio”), pero es una película sincera, cercana, más oportuna que oportunista, más cálida que blanda, en cierto modo necesaria.

También encerrada, pero esta vez en su mundo interior, tienen Judith Colell y Jordi Cadena a su “Elisa K”, una historia sobre la memoria y las terribles secuelas que algunos actos pueden provocar en la vida de una persona. De cadencia lenta y sin que apenas pase nada, una primera parte en blanco y negro nos relata la tragedia y los mecanismos de defensa de un cuerpo y una mente aún inmaduros que no son capaces de entender y/o asimilar lo sucedido. En una segunda parte en color, el personaje ya adulto recobra la conciencia de las heridas del pasado y éste surge con una fuerza desgarradora. “Elisa K” es una película diferente, un film que podía haber sido un intenso melodrama o una historia de venganzas, y que, sin embargo, decide seguir a sus personajes en una cotidianidad abrumadora tras la que se intuye la tragedia. Una voz en off omnipresente en la primera parte nos relata lo que ya vemos otorgando al conjunto un halo de fábula, de cuento dulce y perverso; luego la voz calla y el personaje llora por un futuro que desconoce y le aterra, en el que está atrapada, como el espectador.