De sentimiento y dignidad
{mosimage}Para cuando estas páginas vean la luz, posiblemente muchos de ustedes –lectores de La Voz- ya tengan decidido el sentido de su voto de cara a la cita electoral del domingo 28 de noviembre. En Catalunya ese día nos jugamos una de las decisiones más trascendentes que se pueden dar en la vida de un país. Decidiremos hacia dónde queremos que vaya nuestro destino colectivo durante los próximos cuatro años y, quien sabe si durante algunos años más. Me explico. Cuando los ciudadanos le otorgamos nuestra confianza a una formación política marcamos un rumbo a seguir, una hoja de ruta. Y el viaje puede resultar un trayecto corto –como es el caso del actual gobierno autonómico-; o se puede convertir en toda una odisea casi interminable, como fue el caso de los sucesivos gobiernos de Jordi Pujol en la Generalitat durante 23 años consecutivos.
La izquierda gobernante durante los últimos siete años en Catalunya ha cometido errores, algunos de grueso calado, sobre todo a ojos de la opinión pública. Se le debe pasar factura por ello, evidentemente, como a cualquier servidor público que no atina con su función. Pero de ahí a condenar al ostracismo a esos baluartes de una ideología muy digna media un abismo. Los votantes de la formación mayoritaria en los dos últimos gobiernos catalanes, el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), deben sentirse muy orgullosos. Y no hay que acomplejarse, primero por reconocer errores en la gestión –que los ha habido-. Y tampoco hay que dejarse llevar por el complejo a la hora de mostrar el apoyo ideológico a través de las urnas, aún a sabiendas de que este partido se encuentra ahora mismo ante una misión casi imposible.
El objetivo, que todo apunta puede resultar inalcanzable, es el de darle la vuelta a las encuestas, completamente desfavorables para Montilla y los suyos. Convergencia i Unió lo tiene todo a su favor: siete años de desgaste en sus contrincantes por el mero hecho de gobernar; una coyuntura económica que no permite a los socialistas “vender” dignamente la buena tarea ejecutiva realizada durante estos años; y por último un descrédito hacia sus siglas que tiene como origen lo que sucede en el resto de España, con un gobierno de Zapatero en horas bajas en cuanto a liderazgo y credibilidad.
Con estos mimbres, a día de hoy, la victoria de Artur Mas en las urnas parece evidente. Pero me gustaría que aquellos que se identifican con una ideología, con una historia, con unas siglas, y con los valores que emanan de las mismas se acordaran el 28 de noviembre de dos cosas. Una, la dignidad, que no se puede dejar de lado ni tan siquiera en el día de la derrota. Y otra, el sentimiento, ese referente emocional que a algunos nos hace apostar por un mundo más justo y solidario. Mi voto, al menos, el día 28 irá cargado de sentimiento y dignidad.
benicoro@hotmail.com