Hibernar
{mosimage}Reconozco que el final del otoño y el comienzo del invierno no es mi época del año favorita. No me gusta que se cambie la hora, que oscurezca tan pronto, ni tampoco que llegue el frío. Así que, a finales de octubre, siempre fantaseo con la posibilidad de poder hibernar, como si perteneciera a una de esas especies animales que cuando aparece el frío, buscan una cueva en la que abrigarse y quedan en un estado latente un tiempo hasta que rompe la primavera.
Pues este año mis ganas de aletargarme una buena temporada tienen más que ver con las situaciones sociales difíciles de digerir que con los cambios meteorológicos. Me supera tener que escuchar demasiado a menudo las noticias de muertes de mujeres por la violencia de género en nuestro país. No aguanto tipos misóginos como el alcalde de Valladolid, pederastas como Sánchez Dragó y machistas como Pérez-Reverte.
Me repugnan las actitudes y comportamientos racistas de determinados gobernantes y políticos. No soporto que los y las dirigentes de mi país rindan honores a un sujeto que se hace llamar Benedicto XVI, que considera a las mujeres inferiores y subordinadas al hombre en pleno siglo XXI. Me provoca náuseas el cinismo de Bush al afirmar que fue un disidente opuesto a la guerra de Irak. Y me resulta incomprensible que Marruecos actúe con total impunidad en El Aaiún.
Ya sé que esto puede parecer el típico trastorno afectivo estacional, vulgarmente dicha “depre otoñal”, producto del aumento de la melatonina y disminución de la serotonina por falta de luz solar, pero tengo el pálpito que es algo más: indignación que se torna en impotencia ante demasiadas injusticias globales y locales.
Aunque siempre me quedará la esperanza que cunda el ejemplo de Brasil, donde estos días se ha aprobado una propuesta que establece la “búsqueda de la felicidad” como derecho de la ciudadanía. Seguiré expectante su implementación.