La Mosquitera
{mosimage}Hay películas a las que no es fácil enfrentarse, no están concebidas como un mero entretenimiento o como una máquina de hacer dinero donde lo importante es contentar a una gran mayoría. Hay películas que nacen con otra filosofía y otras intenciones y en muy pocas ocasiones coinciden con los títulos que pueden verse en las pantallas de los centros comerciales y similares. Son películas hechas por personas que creen en el otro cine, el que se entiende como cultura, creación y compromiso; ese cine en el que cada título es una odisea, un salto al vacío, una aventura a veces suicida, una inconsciencia, un acto de fe… o todas esas cosas a la vez.
De estas cosas el señor Lluís Miñarro sabe bastante, sobre todo porque ha producido el cine más arriesgado de estos últimos años en Cataluña. Su penúltima apuesta (que yo sepa) es “La mosquitera”, una de esas pelis que nunca pisará las multisalas de centro comercial, y que posiblemente ya no esté en cartel cuando estas líneas vean la luz (pero, no preocuparse, tendremos en breve la posibilidad de verla en los cines Metropol con presencia de su director incluida). “La mosquitera” no es cine comercial, desde luego, pero sí es cine puro, valiente, entregado y diferente (¡qué grande eso de ir a ver una peli que no te hayan contado con anterioridad!).
En realidad, el verdadero responsable de la obra es Agustí Vila, director y guionista. Vila hizo en el 99 una primera película que se titulaba “Un banco en el parque” de la que guardo un agradable recuerdo. Repaso las notas que apunté cuando la vi leo al final: “diferente y divertida”, lo mismo que esta “mosquitera” que también me pareció muy diferente y saludablemente divertida. Aunque, pensándolo bien, ninguna de las dos tienen la más mínima gracia, especialmente la última, pero su conjunto, el modo de plantarse, el dibujo de personajes, la dirección de actores, lo que dicen y lo que no, lo que hacen y lo que dejan sin hacer…, todo ello genera un retrato de un grupo burgués irónico, mordaz, que a veces parece incluso malintencionado y que se planta frente al espectador con un desconcertante tono sereno y distante.
Desconcertante, esa es el palabra clave para hablar de una película como “La mosquitera”, que juega con el espectador a romper sus expectativas y, a veces, (especialmente si estas son poco menos que delirantes) a satisfacerlas. Un juego difícil y peligroso que exige al espectador aceptar unas reglas y un lenguaje al que no suele estar acostumbrado; un film ante el cual es tan lícito quedarse enganchado como aborrecerlo, posiblemente por las mismas razones. Alguien escribió (ya perdonará la omisión de la referencia) que la película se deslizaba entre la sorpresa, el despropósito, la radicalidad y la brutal ironía; yo añadiría que además deja un sabor metálico de difícil identificación y que juega a presentar de manera cotidiana lo anómalo y a convertir deliberadamente lo anómalo en cotidiano.
No me parece “La mosquitera” una película recomendable (yo al menos no me atrevo): es muy posible que el espectador no entre en el juego que se propone, se quede fuera y pase un mal rato cuando su intención era divertirse; y en esos casos la culpa pasa a ser del que recomienda, y no es plan.
Yo, personalmente, disfruté mucho con esa casa llena de animales (también de perros); con una Emma Suárez que debiera haber sido una histérica y se nos dibuja como una pasiva-agresiva mucho mejor que las de Woody Allen que originaron el adjetivo; con un Eduard Fernández siempre en estado de gracia, en la piel de un hombre de tono aparentemente amable y al que finalmente no sabes si tachar de calzonazos, cabrón, cobarde, gilipollas o todo a la vez; con ese adolescente tan adolescente; con esa madre contradictoria y neurótica de relaciones enfermizas; y, sobre todo, con esa pareja de ancianos en la él (Fermí Reixach) habla por boca de ella (Geraldine Chaplin) que no dice ni una sola palabra.
En fin, me pareció un retrato de familia disfuncional, entrados en alto grado de autismo emocional y con problemas, inicialmente comunes, aquí amontonados y llevados a cierto absurdo. Pero un retrato divertido, en cierto modo parecido al cine de Todd Solondz y especialmente, a “El ángel exterminador” de Luís Buñuel”. Una pieza que va más allá del cine comercial de entretenimiento y que puede resultar realmente interesante, depende del espectador.
Queda pendiente, pues, su pase por los cines Metropol en las próximas semanas, con la presencia de su director y, probablemente, con el productor. Permanezcan atentos a sus carteleras.
Fernando Lorza