¿Y después…?
{mosimage}¡Hace ya tanto tiempo!. Pero ahora, sentado aquí, con un perro a mis pies que dormita en la más insultante de las posturas, quiero creer que la trascendencia de las cosas es algo tan absurdamente subjetivo que impide, en la más estricta realidad, elucubrar más lejos de las narices de cualquiera. Quizá, por eso, hacerlo me parece la más grande de las majaderías. ¿Cuándo perdió usted sus ilusiones? ¿O cree usted que aún las tiene?
En cualquier caso, felicidades hermano porque lo uno es prueba de madurez y lo otro es señal franca de inocencia. Y también evite enfrentarse con alguien que se halle fuera del territorio al cual la humanidad le obligó a inscribirse. Siempre tiene las de perder. Porque tú, en el peor de los casos, vas a decirme que todo esto es fruto de la civilización y del progreso. Y yo, te lo juro, empiezo a estar convencido que ambos conceptos, probablemente sin querer, los estamos convirtiendo en antagónicos.
Ahora bésame. Aunque sólo sea para decir adiós. Aunque sólo sea para olvidar. Aunque sólo sea como venganza. Bésame como prólogo sexológico de una actividad determinada. Decóralo y enmárcalo, si quieres, bajo aquella casita blanca, luminosa, resplandeciente que escupe los rayos de sol sobre el enorme y escarpado acantilado; que vomita majestuosidad junto al mar multicolor partido en dos por la espuma de un fuera borda. Ponle cortinajes de saco o torreones que no alcanzan el cielo para excusar, en este momento, el vano intento de borrar, unos minutos, cualquier sensación, cualquier cosa que no sea sexo. Y dime entonces que ya no sientes nada, ni odio, ni miedo, ni ambición, ni tan siquiera amor.
Creo que voy a comprenderte. Has eludido el riesgo de pensar y, quizá por eso, el sexo está de moda. No como una liberación. No como una actividad vicariante de años de frustraciones, de represiones y de complejos. Y así lo comprendo. Lo creo, lo lamento. Siento que haya llegado tan lejos y tan deprisa.
¿Tienes frío? Yo no, nada o casi nada. Es como contemplar, sin inmutarse, los cuadros mágicos de una exposición y sentir de repente la necesidad idiota de unas gafas oscuras para ver menos. Y máscara antigás para contaminarse menos. Y chaleco antibalas para arriesgarse menos. Y barbitúricos potentes para soñar menos. Y alcohol y droga y alucinógenos para casi no estar.
Grupos, odios, desiertos, asesinatos que unas veces lo son y otras son justicia, según el color del cristal. Y un vacío enorme y un terror especial y espacial a todo. Y un tremendo interrogante en forma de nube que grita allá arriba desde un rincón del cielo: ¿Y después qué?
O así me lo parece
J.C. Alonso Duat