2011

2011

{mosimage}Aproximándose el principio del año, todo –casi todos– , estamos siguiendo la dinámica habitual de replantearnos los propósitos que, supuestamente, queremos conseguir para el nuevo año.
Los gimnasios ya están recibiendo la llegada de los nuevos clientes que han decidido cuidar el físico; los fumadores que, aprovechando la nueva ley, están decidiendo dejar de fumar el primer día del año; los endocrinos, atendiendo a todos aquellos que han decidido empezar este enero el régimen alimentario…, y también están los que desean un cambio laboral y van a intentar conseguirlo…aquellos que quieren aprender idiomas….y así….el resto.

Estás tú entre este público? ¿Te has planteado si esto es acertado o simplemente estas apuntándote a una dinámica generalizada e inconsistente?

Sí, inconsistente, porque es habitual que estos nuevos propósitos no se sostengan con el paso de los meses, la mayor parte de este público acaba desanimándose y vuelve a todas aquellas conductas habituales que aparentemente quería desterrar de su vida… ¿Por qué?

La respuesta es porque estas nuevas mejoras que queremos realizar en nuestra vida se encuentran desprovistas de un sentido lógico.

Primero, porque si fueran realmente lo que se quisiésemos realizar, no estarían vinculadas a una fecha cronológica y, en realidad, se hubiesen comenzado desde el momento que se pensaron. Segundo, porque los propósitos para el nuevo año tienen mucho que ver con nuestra imagen social y aquello que creemos que se espera de nosotros, por tanto, aquello que nosotros quisiésemos ser aunque no podamos.

Así, la propuesta de mejora no tiene unas sólidas raíces, son aparentes, son cambios sobre nuestra conducta: ¿Dónde está la esencia real?

Quizás, un propósito renovado para el 2011 podría ser el desarrollar nuestra voluntad hasta el suficiente nivel como para conseguir redirigir nuestra vida hacia aquello que realmente deseamos –aquello que nos conviene–, pero no vinculándolo al adelgazar, cultivar el cuerpo, dejar el humo…, sino relacionado directamente con nuestra coherencia interior, es decir, proponiéndonos un crecimiento personal que nos ofreciera cierta garantía cuando tomamos una decisión y pudiésemos entonces actuar con algo más de madurez.

Por ello, las raíces sólidas aparecerían desde el momento en que entendiéramos que el cambio no está tanto en el comportamiento visible, sino en redirigir nuestro pensamiento hacia una dinámica que fuera mucho más constructiva…y, entonces, sí que tendríamos una posibilidad de que los supuestos cambios que nos propusiésemos tuvieran cierta estabilidad en el tiempo.

Entonces las preguntas que deberíamos plantearnos serían tales como: ¿Cuál es mi proyecto de vida actual? ¿Es tal como quisiera? ¿Qué hay en mí que no me permite acercarme a aquellas mejoras que desearía? ¿Tengo una voluntad suficientemente fortalecida como para plantearme determinados objetivos? ¿Es mi actitud todo lo positiva que debería para conseguirlos?

Un ejemplo: ¿Qué significaría dejar el tabaco?, ¿Una mejora en mi salud o un éxito de mi personalidad?
¡Piensa! Cada vez que te propones algo, te comprometes, jamás te propongas algo que intuyes que no lograrás, ya que sólo consigues acostumbrarte al fracaso constante. Proponte proyectos que sabes positivamente que vas a conseguir, porque los has pensado y planificado desde lo más hondo de tu interior y te sientes absolutamente capaz de alcanzarlos.

Monica Dosil
Psicologa ISEP Clinic
clinic.castelldefels@isepclinic.es