Miguel y Josefina
{mosimage}Ha acabado el “año de Miguel Hernández” y tengo la impresión de que ha pasado sin pena ni gloria. Tal vez porque durante todo un año es difícil mantener la atención a personas que sólo se asoman a la poesía de forma esporádica y circunstancial. Es por ello por lo que yo he querido, lejos de modas, dedicar mi primera columna del año al poeta.
Miguel también tuvo su pequeño homenaje en Castelldefels. Fue el 18 de diciembre pasado, nos juntamos personas de varios grupos en la Biblioteca, fue una reunión casi familiar, pero en donde quedó patente nuestro amor por la literatura, al margen de dictados.
Hoy voy hablaros de “mi” Miguel Hernández. De cuando oí hablar por primera vez de él, fue en 1967. Para el franquismo era un poeta silenciado.
Un compañero de trabajo me trajo fotocopiado “Viento del pueblo”. Había hecho las copias en un sitio de confianza, sin miedo a que le delataran. Él había conseguido el libro original en un viaje que hizo a Francia. La fotocopias de “Viento del pueblo” fue la llave que me abrió la puerta a la poesía.
Me emocionaban las palabras de Miguel: “Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran, / me esparcen el corazón / y me aventan la garganta.” Aquellas fotocopias las he guardado y, a la vez, las fotocopié en el sitio de confianza de Javier, para regalarlas a personas queridas.
Más tarde me enteré de que la mujer del poeta, Josefina Manresa, era de Quesada (Jaén) y mi interés creció. Un grupo de jóvenes entusiastas (entonces, éramos así: jóvenes y entusiastas), quisimos ponernos en contacto con ella para que nos hablara del poeta. Fue imposible, Josefina era invisible, un fantasma y no existía en pleno franquismo y tampoco su hijo Manuel Miguel. De ninguno de ellos nos daban razón y desistimos a nuestro pesar.
Pero continuábamos leyendo a Miguel. Ese era nuestro humilde homenaje.
Pasó el tiempo y ya, en plena democracia, llegó la noticia de la muerte del hijo del poeta. Fue en 1984. “La cebolla es escarcha / cerrada y pobre. / Escarcha de tus días / y de mis noches. / Hambre y cebolla, / hielo negro y escarcha / grande y redonda.”
A Josefina, que había vivido la muerte de su padre, de su primer hijo, la de su esposo, la de su segundo hijo…, le fue concedida la Banda de Isabel la Católica en 1987. Un año después, murió, tenía 71 años.
Felipe Sérvulo
fservulo@hotmail.com