Los hombres buenos

Los hombres buenos

{mosimage}Hoy voy a hablar de los cátaros por dos razones: porque me parece una “herejía” interesante y porque un rey catalano-aragonés tuvo que ver bastante en este asunto que de tan cerca nos tocó, de hecho hubo colonias cátaras en Cataluña (sólo tenían que cruzar los Pirineos). El movimiento cátaro proviene de Oriente y tiene su origen en las doctrinas maniqueístas y gnósticas, se instala primero en el Norte de Italia y el Centro de Europa para en el siglo X pasar al Sur de Francia (Languedoc), donde son conocidos también como albigenses por asentarse en la localidad de Albi, aunque su localización más importante estará en Tolosa (Toulouse). Se llamaban a sí mismos “los hombres buenos”. Su doctrina se basa en la dualidad del mundo: Dios creó el Cielo y las almas y el Demonio el mundo material y la carne. De ahí su modo de vida basado en tres pilares fundamentales: el ascetismo, la castidad (a partir de cierta edad) y el vegetarianismo (no comían animales ni huevos, sólo vegetales y pescado porque creían que se criaba en el mar de forma espontánea). Los que seguían esas reglas eran considerados por ellos “los Perfectos”. También practicaban el consolamentum: cuando una persona estaba muy enferma se le perdonaban los pecados y debía dejarse morir por inanición a fin de no contaminarse nuevamente (lo que ahora llamaríamos eutanasia activa).

La Iglesia Católica los consideró herejes y los persiguió porque se estaban expandiendo demasiado y hacían proselitismo. Sobre todo eran tejedores y vendedores ambulantes y allí donde iban intentaban propagar sus creencias. También creían en la reencarnación de las almas, en una especie de karma budista donde el alma se va perfeccionando y se une a Dios. A principios del siglo XII, se enviaron predicadores y legados papales para convencerles de sus “desviaciones”, pero ellos hicieron caso omiso. Fueron pasando los años y los cátaros no reconocían a los obispos católicos; así que unos sufrieron la excomunión y otros murieron en el fuego purificador de la Inquisición. En el año 1200 entran en esta historia los catalano-aragoneses pactándose el matrimonio entre Raimundo VI de Tolosa y Leonor de Aragón (hermana de nuestro Pedro II el Católico, del que seguiremos hablando). Este matrimonio persigue la ampliación de los dominios de la Corona aragonesa en el Languedoc. Sube al poder papal Inocencio III, incansable perseguidor de los cátaros, vuelve a enviar legados sin éxito y suspende la autoridad de sus obispos en 1204. Convoca varias cruzadas contra ellos y la más exitosa es la encabezada por el noble francés Simón de Montfort, que conquista varios enclaves cátaros, pero Tolosa se le resiste.  Raimundo VI y los nobles occitanos piden ayuda a Pedro el Católico, que no está a favor de los cátaros, pero les considera sus vasallos y, por tanto, se siente obligado a defenderlos; lo que le cuesta la excomunión por parte del Papa. Inocencio III se pone a favor de Simón de Montfort y Pedro II a favor de Raimundo VI y los nobles occitanos. Después de varias batallas se produce la famosa batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, en la que Pedro es derrotado y muerto por su temeridad y atacar antes de agrupar a todas sus tropas (heredará su trono Jaume I el Conqueridor, que preferirá expandirse por el Mediterráneo). Tras la batalla Simón de Montfort es nombrado conde de Tolosa y Raimundo VI se exilia temporalmente en Cataluña por motivos de salud.

Para terminar esta historia haremos una pequeña acrobacia en el tiempo y arribaremos al año 1244 y a la ciudad cátara de Montsegur donde acaba la cruzada con una gran pira en la que ardieron los últimos líderes cátaros y más de doscientos seguidores, el lugar recibe en la actualidad el nombre de el prat dels cremats. Tras este episodio los pocos que quedan permanecen en la clandestinidad y se van extinguiendo.