Primos
{mosimage}No soy yo muy amigo de estas comedias que se suelen llamar ligeras y que, con cualquier excusa, plantean una historia más o menos ingeniosa y suelen tener como único propósito entretener un rato al espectador; me saben a poco y no acostumbran a hacerme gracia. Buena parte de este desinterés se lo debo a la comedia que últimamente nos llega de EEUU, y cuyo representante más actual y significativo parecen ser las producciones “Apatow”, tan ensalzadas intermitentemente por los entendidos en el tema. A mí, siguen sin hacerme gracia. Y además de no hacerme gracia, no me parece que conlleven un mensaje interesante, algo que al menos las justifique; así es que no suelo gastar ni mi tiempo ni mi dinero en ello. Con la comedia que se hace en este país me pasa algo parecido pero siempre aparece algún título que, por una u otra razón, se me desmarca del global y me lleva a alguna sala. El último caso: “Primos” de Daniel Sánchez Arévalo.
La película arranca igual que un corto del mismo director que se titula “Uno de los (primos)”. El corto, que dura alrededor de tres minutos y que es el mismo monólogo inicial del largo, siempre me ha parecido fabuloso y aunque lo he visto unas cuantas veces no deja de fascinarme ese Quim Gutiérrez al punto del llanto, aferrado a su micro como en un monólogo televisivo y su discurso embaucador. Si el corto es tan recomendable… hay que ver la película que lo completa, ¿no?
Por otro lado, las obras anteriores de Sánchez Arévalo, “Azuloscurocasinegro” y “Gordos” me parecieron en su momento películas de gran interés, bien escritas, con personajes bien dibujados, diálogos exquisitos y mucha confianza en la historia que se cuenta; dos buenas razones para ver su tercer título.
En “Primos” hay mucho de las películas anteriores, se nota la mano del autor, pero hay un claro intento de cambiar de tono, aunque no siempre le siente bien. “Primos” se plantea como un film mucho más luminoso, más ligero, pretendidamente divertido y con un tratamiento más superficial y liviano de los temas que toca (o roza, según se mire): el enamoramiento como estado de indecisión y estupidez permanente, la amistad, las actitudes diferentes de hombres y mujeres… Y el resultado final es bastante irregular con sus aciertos y sus fallos, y uno no sabe muy bien dónde plantarse.
Los diálogos siguen siendo ágiles e ingeniosos y con algún que otro hallazgo curioso (el concepto de “te prequiero” no tiene desperdicio), las chicas están impresionantes, tanto por lo bien que lo hacen como por lo mucho que cunden las cuatro líneas que tiene cada una y lo bien definidas que quedan. El personaje de Antonio Torres es de lo mejor de la función, con un tono exacto para vendernos una vida entera que se ha ido al carajo y que tiene mal pronóstico; el de Raúl Arévalo también funciona, sobre todo por los giros rápidos y repentinos que se le aplican después de cada punto en sus frases. El de Quim Gutiérrez es el eje y, curiosamente, el que menos evoluciona, pero le da cierta coherencia al relato y resulta simpático en su desesperación casi infantil.
En la otra cara, algunos errores que desmerecen el producto: el primo tuerto es patético en su planteamiento, no sé si es un problema de cásting o al pobre chico le han dicho que tenía que hacer tanto tontería innecesaria, pero sobra completamente y se podía haber prescindido; su relación con ese niño que juega a leer un libro sobre enfermedades y sus síntomas podía haber sido gloriosa, pero se queda en nada y la escena final en la que suben los dos a la atracción de feria es penosa, de principiante, ridícula. También se salen de tono algunas escenas (pocas, la verdad) como la de la iglesia después de irse los invitados; escenas que quieren agarrar el aire de las comedias que comentaba al principio de estas líneas y que acaba siendo un griterío innecesario, plagado de lugares comunes, voces impostadas y tacos innecesarios.
De todos modos, “Primos” me parece una película muy entretenida que se ve con gusto y que te hace reír en algún momento. A mí, lo más gracioso me sigue pareciendo cuando los personajes se ponen más tristes; marca del autor, supongo.
Fernando Lorza