Titiritero
{mosimage}Hacía, más o menos, sesenta años que no sabía de él. Ni qué había hecho en todo este tiempo, ni qué era, ni mucho menos a qué se dedicaba, o mejor, a qué se dedicó todos estos años, ni dónde vivía ni nada de nada. Como es habitual, la primera noticia que me llegó fue que esta especie de primo lejano había fallecido. Yo sabía que existía (bueno ahora ya no) pero jamás me preocupé por él ni me interesó lo que habían sido estos años de su vida, ni nada relacionado con su persona y con su familia, que en parte era también la mía. Tampoco él preguntó por mí, que yo sepa en todo este tiempo, lo cual no era sorprendente pues tenía aproximadamente casi quince años más que yo y mi relación, escasa en cualquier sentido, fue más consistente con su padre, un viejo fan de la música de zarzuela, que era una música que a mí no me gustaba nada pero que lo poco que conozco de ella se lo debo a él, a mi tío Pepe. Pero ahora, este año de repente y de forma inesperada alguien me comentó que había vivido todo este tiempo en un pueblecito de Huesca, San Esteban, de la comarca de La Litera junto a Binéfar y que allí estaba ahora residiendo eternamente.
He conseguido una foto más o menos reciente junto a un teatrito de Guiñoles, que confirma una declaración suya en la que afirma que “lo lleva en la sangre, los muñecos son su vocación desde que era un niño”. Por lo visto, en muchas de sus formas, de sus recursos, de sus facetas el teatro es en nuestra familia algo genético que tiende a manifestarse en varios matices y este, mi protagonista de hoy, puede presumir de haber sido el primer maestro de dos jóvenes que llegaron a ser premio Nacional de Teatro jugando con sus manos y su voz a dar vida a una parte del mundo de los títeres que, a su vez, había aprendido de un titiritero de prestigio llamado Dido.
Pero lo cierto es que hay que vivir y comer todos los días y dormir todas las noches en un mundo en el que raramente hay muñecos, en el estricto sentido de la palabra. Sí los hay. Estoy seguro de que los hay, pero estoy seguro también de que las voces y las manos que los hacen vivir no son como las de S. Esteban de Litera que, además, se ganan el pan haciendo transportes y dando avisos municipales en los entreactos del guiñol.
La siguiente etapa, y supongo que muy dura, es consumir los últimos días de la vida en una residencia de personas mayores. En alguna habitación de ella, quizá, se podrá encontrar en el armario un maletín con muñecos y un teatrillo siempre a punto para un próximo estreno que sea capaz de despertar la ilusión de los viejos que, así, sienten regresar un poco de su infancia gracias al buen hacer de alguien que sea un titiritero. El mismo que dicen que mantener la ilusión de hacer cosas es una excelente vitamina para alimentar las ganas de vivir; como titiritero o como un muñeco renacido ¡¿Qué mas da?! ¡Hasta pronto, Gerardo! Allí espero conocer contigo tus personajes.
O así me lo parece
J.C.Alonso Duat