Un día de la Marmota
{mosimage}Estoy convencida de que todas las personas tendríamos que tener la posibilidad de disfrutar de “un día de la marmota”. Es decir, poder “desfacer los entuertos” de un día concreto para no quedarnos con el regusto amargo que nos producen pensamientos recurrentes del tipo: “tenía que haber hecho aquello, dicho lo otro o tomado tal decisión”.
Tampoco se trataría de entrar en un bucle como en el que queda enganchado el personaje de la película El día de la Marmota (aquí titulada “Atrapado en el tiempo”), pero sí poder rebobinar algún día de esos aciagos en los que parece que trastabillamos con todo lo habido y por haber, y acabamos tomando la peor decisión posible.
Sé que es un completa entelequia, pero llevo una temporada fantaseando con esa posibilidad: qué día concreto escogería de los más de 15.000 que he vivido para volver a repetir.
En esos momentos de viajes aburridos, sin cobertura en el dispositivo móvil, escojo un día de esos terribles y desde su inicio, lo voy rehaciendo y reorganizando con la superioridad que da saber el final ya existente y real. En algunas ocasiones rememoro momentos vitales muy importantes y les doy la vuelta con sólo un pequeño giro argumental, pero muy efectivo y que me deja muy satisfecha. Otras veces, son pequeñas anécdotas superficiales, y sin aparente influencia decisiva, que al modificarlas, provocan una cascada de situaciones diferentes que acabarían llevándome a una vida tan alejada de la actual, que me asusta.
No deja de ser un divertimento sin consecuencias, aunque cuando de pronto se me cruza por la mente el recuerdo del argumento de “Las intermitencias de la muerte” de José Saramago, me estremezco, detengo de pronto la historia inventada y miro con esperanza la aparición de las rayitas de la cobertura en el móvil.
Carme Sánchez Martín
http://carmesanchez.com