Mi relectura de “El Lado opuesto al viento”
{mosimage}Sí, lo reconozco: tengo debilidad por los autores poco conocidos, pero de calidad. Pienso que los que son famosos no necesitan el apoyo de este humilde columnista. Por eso, casi siempre hablo de escritores que no suelen estar en las listas de los más vendidos, ni pisan platós de televisión ni, en general, salen en la prensa escrita, pero están ahí con sus ilusiones y con la honestidad de su obra. Cuando por segunda vez he cogido en mis manos el poemario “El lado opuesto al viento”, Parnass Ediciones, Barcelona 2011, de Abel Santos (Viladecans, 1976), he apreciado emociones que no sentí la primera vez que lo leí. Tal vez sea porque todos vamos deprisa, muy deprisa. El mundo se acelera y nosotros con él,extraviando emociones que pasan para siempre. La primera percepción, en esta relectura, ha sido la cercanía. El libro está plagado de amigos. De mitos de este, a menudo, desabrido mundo de la lírica. Las poesías hay que leerlas muchas veces y cada lectura es diferente. Me ha ocurrido con Abel, que se torna poliédrico por momentos, pero nunca pierde lo más importante que debe tener un poeta: la sinceridad. Y lo hace desde la claridad expositiva y la luminosidadde imágenes, lejos del culturalismo sin sentido que impera en muchos ámbitos seudopoéticos.
Abel escribe desde la autenticidad de sus vivencias y se le entiende lo que ofrece (es de agradecer). A menudo emociona y siempre elabora un discurso coherente. Nos hace partícipes de sus amores, de sus dudas, de sus fracasos, de su soledad y, también, de sus ganas de vivir. De su esperanza en el mañana. Ese espacio ideal adonde nos lleva con sus versos y volvemos un poco más sabios. Nos da pistas por donde marchará su devenir cuando cita a Pedro Salinas: “Hablar del poeta es hablar de algo incierto / que no sabe exactamente / dónde está ni dónde debe estar./ ¿Cuál es el sitio en un “libro de los estados” del poeta?” Y, ¿cuál es el sitio de Abel? La respuesta es fácil: Abel es poeta, ¿para qué más? Tiene ese don que generosamente otorga la genética y él cultiva con cariño. A veces con dudas, pero siempre limpio. En su libro no hay nada trivial y trata con soltura el verso libre, como algo consustancial con su forma de ver el mundo, en su percepción de la vida.
Además, cita a autores que todos llevamos en nuestro acervo cultural y sentimental: Bécquer, Benedetti, Bukowski, Rilke… Y le dedica versos a su compañera Azahara, de poético y evocador nombre de reminiscencias árabes; también a su padre, lo que le hace más cercano a nuestras propias historias. Y es que la poesía si no conmueve, no tiene razón de ser. Abel autor, Noemí Trujillo, prologuista y Amalia Sanchís, editora, presentes en el poemario…, personas cercanas, entrañables amigas; amigos que nos llevan a ese estadio donde sueños y afecto son la misma sustancia. Ellas y él, poetas,señalan el camino.
Felipe Sérvulo
fservulo@hotmail.com