Existencial

Existencial

{mosimage}¿Han sentido alguna vez las teclas de un piano martillear sobre su cerebro? Los cilindros ejes de las neuronas parecen cuerdas de guitarra disonantes. Diríase que las sinapsis tratan de bailar, sin conseguirlo, un preludio de Bela-Bartok a ritmo de blues. Cigarrillos y café. Es como una pesadilla, constante, imperturbable, inamovible, torturante. Como una neurosis.

Miedo. Eso es: probablemente es solo miedo o sorpresa, o expectación, o desaliento. Quizá sea todo junto. Cigarrillos y café. ¿Lo conocéis? Es el título de un disco de Ottis Redding producido, creo por Anne Tansey o Jimi Hendrix. Lo he escuchado muchas veces y pienso que vale la pena. Yo diría que es un grito existencial. Como una elegía a la alegría de vivir. Está sonando mientras escribo esto. Hace sentir una extraña sensación de cobardía. Como un paradójico canto al silencio. Como un volver a  mirar, entre la luz oscura y el humo de los cigarrillos, buscando un hombre en el rincón triste de un bar cualquiera. Alguien.

Hombre o mujer, joven o viejo, negro o blanco; alguien como un rayo luminoso sobre la oscuridad del horizonte que sea capaz de explicar lo incomprensible, de retorcer el espacio de unas manos juntas sobre el mármol de una mesa. De suplicar. Tal vez de rezar. Y yo me pregunto si vale la pena. Es un instinto primario, pero instinto, en definitiva, que hace pensar muchas cosas.

Tengo delante de mí un artículo muy interesante pero muy antiguo de González Ledesma titulado “Hiroshima hoy y siempre”. Me ha recordado una gran película, “Hiroshima mon amour” que vimos hace bastantes años. Cuenta González Ledesma una historia patética sencilla y terrible que ahora vuelve a estar de actualidad: “Una niña abrasada por las radiaciones fue llevada en brazos por su madre hasta aquel lugar. Pero una vez en el ¿adónde llevarla? Toda la ciudad era una inmensa tumba. Allí mismo en el cercano canal la gente se estaba cociendo materialmente viva. ¿Qué hacer? ¿Dónde estaba el auxilio imposible? La  niña lloraba desesperadamente y entonces su madre le entregó un pedazo de papel y le pidió que practicase un viejo remedio budista. En efecto, si uno hace lacitos de papel y pide mientras tanto a Buda que alivie sus dolores, al llegar a los mil lacitos los dolores ya han cesado. ¿Creen que la niña arrojó el papel al suelo? ¿Creen que siguió llorando? ¡No santo Dios! ¡Los hizo! Hizo lacitos de papel con sus manos quemadas hasta caer muerta!”.

A veces uno piensa si no estaremos en Occidente aconsejando a la humanidad practicar la doctrina de Buda. Es decir, si no estamos haciendo todos lacitos de papel sin darnos cuenta. Si no estamos todos luchando contra fantasmas que nosotros mismos hemos creado y de los que ya es imposible sustraerse.

EL HOMBRE: Alguien dijo que era el animal más salvaje de la creación.
No es original, lo sé, no es ninguna tontería. Cigarrillos y café. Escuchándolo creo, en algún momento, que la juventud tiene razón. Siempre tiene razón. No tuvieron tiempo de comprobar en su propia sangre que la razón también está a la venta como un artículo, caro a veces, de nuestra sociedad de consumo.

Juventud: En el diccionario, enfermedad transitoria que se cura con el tiempo.

Vejez-jubilación: Descanso que la sociedad ofrece al hombre cuando ya ni esto le apetece. Cuando vivencia la muerte. Y muere

Medicina: Me horroriza pensar en los lacitos de papel.

Pero Hiroshima no piensa, no razona. Bebe. Se droga para no ver alunizar los cohetes sobre un vacío mayor,  si cabe, que el de su propia incomprensión. Sobre un vacío mayor aún, el de aquel poeta que un día compuso aquellos versos tristes de su elegía en gris que acababa diciendo:

… Y como la ametralladora
monótona
de juguete
en las manos de un niño
travieso,
que no mata alegrías
ni ilusiones
ni esperanzas.
Ni es castigo
de aquel infinito roto;
pienso, sin creer en Ti,
que ya estoy muerto…

O así me lo parece