Leonard Cohen, Jorge Semprún…

Leonard Cohen, Jorge Semprún…

{mosimage}Confieso que quería hacer esta columna sobre el Premio Príncipe de Asturias de las Letras,otorgado este año al poeta y cantante Leonard Cohen.

Sí, lo sé, Cohen igual levanta pasiones que levanta fobias. Es un artista singular, pero en esta singularidad radica su grandeza: no se parece a nadie. Es único y única es su voz profunda, como únicas son sus letras, emotivas y complejas.  Además, por si eso fuera poco, para los que nos consideramos admiradores suyos, puso Lorca a su hija de nombre, por el amor que siente por nuestro poeta granadino. Leonard, eterno: “Hasta luego, Mariannne, es tiempo de que comencemos / a reír y a llorar y a llorar y a reír sobre todo ello de nuevo.” Leonard está ahí, para suerte nuestra.

Otra noticia ha sido la muerte del escritor Jorge Semprún, pero estoy pensando que si digo “escritor” al hablar de él, estoy siendo reduccionista. Semprún ha sido, a mi parecer, uno de las personas más honestas y cultas de nuestra época. Ha sido la memoria de las atrocidades del siglo XX: fue el preso 44.904 del campo de concentración nazi de Buchenwald, vivió la resistencia al franquismo y sus propios compañeros le expulsaron del Partido Comunista en 1964 por disidente. Creo que, quizás, no tuvo en vida el reconocimiento que se merecía, ni como escritor ni como militante político y de todas las voces que se han alzado estos días para glosar su figura, tal vez me quede con las palabras de Mario Vargas Llosa, del cual no puede decirse que sintonice políticamente, pero están ahí, como respeto y homenaje por encima de las miserias cotidianas: “Como Albert Camus, la suya fue una literatura llena de una gran preocupación moral. Fue un magnífico escritor, gran ensayista, muy amigo de sus amigos, un hombre servicial y sin fronteras, un europeo con una visión transnacional y generosa. La muerte de Semprún es una pérdida que vamos a sentir mucho todos, los españoles, los franceses, la Europa en la que creyó; era una rareza, su ejemplo y su obra van a quedar”.

Y no puedo, por menos, que traeros un pequeño fragmento de su novela “El largo viaje” (Seix Barral, 1976): “Este hacinamiento de cuerpos en el vagón, este punzante dolor en la rodilla derecha. Días, noches. Hago un esfuerzo e intento contar los días, contar las noches. Tal vez esto me ayude a ver claro. Cuatro días, cinco noches. Pero habré contado mal, o es que hay días que se han convertido en noches. Me sobran noches; noches de saldo. Una mañana, claro está, fue una mañana cuando comenzó este viaje. Aquel día entero. Después, una noche. Levanto el dedo pulgar en la penumbra del vagón. Mi pulgar por aquella noche. Otra jornada después. Aún seguíamos en Francia y el tren apenas se movió. En ocasiones, oíamos las voces de los ferroviarios, por encima del ruido de botas de los centinelas”.

Eduardo Arroyo ha dicho de él que “nunca conoció el rencor”. Tal vez por eso Jorge Semprún es tan grande.

Felipe Sérvulo
fservulo@hotmail.com