Ignorancia
{mosimage}Tengo las manos abiertas frente a mis ojos y no sé si esto tiene algún significado. La cara palmar de mis dedos frente a mi reproduce un paisaje con las dos eminencias, la tenar y la hipotenar en denominación científicamente muy anatómica. En medio de ambas surcos que, con todo, me sugieren un mar con muy leve oleaje y con dos islas, una a cada lado, repartiéndose como en una discoteca la fiesta de la noche de la espuma cuando rompen, sin romper, rugen sin rugir, lloran sin llorar y hierven sin hervir el adiós de un bogavante perdido.
Para empezar todo esto suena un poco raro, lo confieso, pero si añado un sol brillante cruzando ráfagas de un agradable mestral, una música que hoy calificaríamos como “chill-out” como casi todo en este anochecer y el motor de una barca cruzando sobre mi mano abierta, es posible que alguno de vosotros sea capaz de identificar el paisaje, el momento y quizá hasta la música que está sonando ahora mismo.
¿Os habéis dado cuenta después de esta elucubración poética que he escrito hasta ahora que una cosa así sólo se puede escribir de una isla mas bien pequeña, sin caer en el término de “islote”, con los pies en el mar? La cabeza en un infinito divagante capaz de atraer recuerdos o de crear situaciones imaginarias que hacen surgir, en verdad, la silueta de una sirena con cola de tiburón, boca devoradora y que, sin querer, sugiere una vez más ¡ojala! La silueta de Penélope. Pues bien, ahí en medio, justo ahí en medio, estoy yo escribiendo mi columna mensual para la Voz del mar. Esa voz que tiene siempre tan cerca pero no siempre relajada, acariciante, compañera, feliz amiga, brillante y cambiante que es su mayor gracia. Y no puedo evitar ahora dudas sobre la oportuna discriminación de nuestro planeta con el nombre de Tierra. Porque si las tres cuartas partes son el mar, los lagos, los ríos, la lluvia, el hielo, la nieve, pienso que quizá sería más oportuno el nombre de planeta Agua para no establecer una denominación que me suena más a una violencia de género que a otra cosa. Pero, en fin, esto es así y no pretendo cambiar la vieja costumbre de eso que llamamos especie humana. Vivimos en la tierra; honradamente no sé por cuanto tiempo. Turísticamente hablando si colaboramos, siendo optimistas, sin duda creo que más o menos aún podremos hacerlo, con cuidado, durar algún tiempo.
Ahora veo a mis hijos, mis nietos, mis jóvenes amigos y no me veo capaz de evitar cierto temor, cierta suspicacia, cierta duda eso que todavía algunos hippies (si quedan) llamarían duda existencial. Por si acaso, intentaré que pasen de leer esta columna. Sé que no lo harán porque quieren ser felices y la felicidad no consiste en conocer muchas cosas, que es de investigadores y científicos, sino en valorar cuanta más ignorancia generalizada y generalizante exista. Y yo quiero ser también feliz, pero, por supuesto, no quiero ser político.
O así me lo parece
J.C.ALONSO DUAT