Cine argentino
{mosimage}Salgo de ver “El hombre de al lado” de Mariano Cohn y Gastón Duprat (Argentina, 2009) y me propongo –ante el poco apetitoso panorama cinematográfico de verano–, escribir algo sobre cine argentino, sobre el que nos llega a nosotros que es el único que conozco y, además, sólo parcialmente. La primera intención es hacer una pequeña, ligera, personal y subjetiva (y, por tanto, errónea) clasificación de este cine para poder identificar algunos de los elementos que le dan ese tono y aire tan característico y diferenciador, para intentar diferenciar esas cintas “tan argentinas” que nos han llegado estos años. La primeras películas en identificar son, no podía ser menos, las marcadas por esa verborrea tan suya (pronúnciese la y como corresponde) en las que el tono, los giros y la ingeniosidad son armas eficaces para encandilar al espectador y venderle personajes y situaciones que saben transformar en excepcional lo cotidiano sin que el conjunto acabe chirriando o saliéndose de madre; encajarían aquí películas como “El hijo de la novia”, “Un lugar en el mundo” o “El abrazo partido”. Hay también otras producciones que su principal valor son guiones exquisitos, bien trabajados y engarzados con maestría, que nos traen historias diferentes, de esas que te agarran (digo agarran y no cogen) desde el principio y te dejan ese sabor tan cinematográfico de historia bien contada; “Nueve reinas” sería, pienso yo, la mejor representante del grupo; “Rompecabezas”, Las viudas de los jueves” o “El secreto de sus ojos” también servirían como ejemplo. Y habría un tercer grupo de películas mucho más extrañas, curiosamente silenciosas, rozando o cayendo de lleno en lo experimental y que llevan consigo una intensa carga personal, cine de autor a veces a contracorriente que indaga en nuevos caminos y nuevas formas y que, sin ser exclusivo del cine argentino sí que tiene en este país representantes y ofertas destacables; me refiero al cine que hacen Lucrecia Martel, Alberto Trapero o Lucía Puenzo, entre otros.
Como no sé si el lector estará de acuerdo con lo dicho anteriormente y hasta es posible que no se ajuste del todo a la realidad y sea más bien una apreciación mía, rebusco un poco más en ese universo tan caótico como ordenado que es internet y tropiezo con una página (cinenacional.com) que ofrece un listado, al parecer bastante completo, de todas las películas argentinas que se han estrenado en su país en los últimos años. Basta una ojeada a estas listas para certificar algunas conclusiones cuando menos curiosas: resulta que las películas que se estrenan aquí lo hacen en buena parte de los casos con al menos con un año de retraso y supongo que no será porque las copias tengan que cruzar el charco en barco o en algún otro medio de transporte más lento; Argentina estrena anualmente alrededor de 70 películas de producción propia o en coproducción con otros países; de estas acostumbran a llegar a nuestras pantallas un número inferior a 10, del resto aquí no se oye hablar ni de ellas ni de sus autores; como muestra: en el 2010 se estrenaron 73 películas argentinas y de estas llegaron a nosotros 9: “Acné”, “Dos hermanos”, “Rompecabezas”, “Carancho”, “Miss Tacuarembó”, “Sin retorno”, “Che. Un hombre nuevo”, “Gigante” y la mencionada “El hombre de al lado” que ha dado origen a estas líneas; algunas de ellas no han aparecido por nuestras pantallas hasta este año.
No sé si las cintas que se quedan sin atravesar el océano son de calidad o no, pero se ha de reconocer que las que sí lo hacen aportan un nivel de calidad considerable al cine en lengua castellana (o español, que tampoco sé muy bien qué diferencia hay). En estas últimas semanas han llegado hasta nosotros dos películas que me parecen muy representativas de lo que digo: “El hombre de al lado” y “Un cuento chino”. La primera es un estudio de los problemas que puede causar “el Otro” cuando se cuela en nuestro espacio vital y trastoca nuestras estructura de vida; una película que adolece de un ritmo algo cansino en su parte central pero que plantea una situación muy interesante (el vecino que abre una ventana en la pared medianera de un edificio de Le Corbusier en busca de un poco de luz), hace un dibujo sutil y realista de sus personajes (sin desperdicio los personajes principales pero también los secundarios como la esposa o la hija adolescente) y no se anda con chiquitas en un final contundente, valiente, inteligente y en las antípodas del final feliz al que los yanquis nos están obligando; uno de esos que se quedan en la retina y remueven conciencias.
“Un cuento chino” es, ante todo, un excelente trabajo de Ricardo Darín (no es nada nuevo) y de Muriel Santa Ana, que le da una réplica excelente y hace que la cinta se eleve cuando están los dos en plano. Es también una historia de esas que lo cotidiano se hace excepcional (o al revés, no sabría decir) y que partiendo de un hecho insólito (una vaca cae del cielo sobre la barca de unos enamorados) nos hace un retrato exquisito de soledades buscadas o impuestas por el destino. Una película de estructura pequeña, casi mínima, que deja un excelente recuerdo.
Como decía al principio, en mitad del poco apetitoso panorama cinematográfico de verano, siempre queda la posibilidad de este cine con marcado acento sudamericano.
Fernando Lorza